Tengo setenta años. Mi alma yace ante mí.
Tiene los bordes desgastados.
Una vez, este libro la dobló. La volví a enderezar.
Me doblaron el alma las muertes de los amigos. La guerra. Las disputas.
Los errores. Los insultos. El cine. La vejez, que, a pesar de todo, llegó.
Me alivia no saber los lugares por los que pasas, no conocer a tus nuevos amigos ni a los viejos árboles cerca de tu molino.*
La memoria se ha disipado entre los círculos concéntricos del agua, cuyas ondas alcanzaron la orilla pétrea.
El pasado ya no existe.
Las ondas, como anillos del amor, se fueron hacia la orilla.
No me sentaré en la orilla, no esperaré hasta el día del Juicio Final, no llamaré a mi pececito mágico de pecas doradas. †
No me sentaré de noche en la orilla, no sacaré agua con un viejo sombrero de fieltro marrón.
No diré: «Mar, devuélveme los anillos».
La noche se me ha adelantado. Han retirado del cielo las estrellas inaprensibles.
Solo Venus, la principal estrella de la tarde y del alba, ha regresado al cielo. Fiel al amor, yo amo a otra.
Al amanecer, cuando ya se puede ver con claridad la forma de las cosas, pronuncio la palabra: «Amor».
El sol se derrama sobre el cielo.
No existe el fin de la canción del alba, somos nosotros los que desaparecemos.
Veamos este libro como el agua de cuyos puertos se ha quedado el corazón. Hay tanto pasado en la sangre y el orgullo a los que llamamos lirismo.
* Referencia a Cartas desde mi molino (1869), el heterodoxo epistolario de Alphonse Dauder (1840-1897)
† En numerosas leyendas y cuentos rusos hay referencia a peces milagrosos y anillos mágicos hundidos en la profundidad de los mares.
Viktor Shklovski. Segundo prefacio a la cuarta edición (1964) de Zoo o cartas de no amor. Traducción: Yulia Dobrovolskaya y José María Muñoz Rovira. Ed. Ático de los libros, 2010.
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