El arte de perder se domina
fácilmente/tantas cosas parecen decididas a extraviarse/que su pérdida no es
ningún desastre. Así hablaba de la
derrota personal la estadounidense Elizabeth Bishop en uno de sus desgarradores
poemas. Perder es un arte y Scott Fitzgerald (1896, St. Paul,
Minnesota) aprendió a extraviarse hasta el final de sus días.
A sus
veinticuatro años, su primera novela: A este lado del paraíso, le convirtió de
la noche a la mañana en un escritor rico y famoso. Nueva York, París, Roma eran
una fiesta continuada para él y su esposa Zelda. Vivieron demasiado aprisa,
consumieron rápido las ilusiones. Y aunque en su literatura flotaba la risa de una
juventud segura de sí misma, el paraíso para el escritor fue un espejismo
pasajero. Tal y como le sucediera a Gatsby, la felicidad se rompió añicos. …Porque he hablado demasiado sin vivir lo
bastante por dentro como para desarrollar la necesaria confianza en mí mismo,
escribió a Maxwell Perkins, su editor y amigo incondicional.
Fitzgerald perdería
el amor de su esposa, internada una y otra vez en clínicas de reposo. Solo te pido lo siguiente: déjame que me las
arregle con mis hemorragias y mis esperanzas…; perdió la confianza de su representante, pues aunque
el escritor se resistía a aceptarlo, su alcoholismo le pasó factura en su
profesión y algunos de sus amigos más queridos no supieron o no quisieron ayudarle,
muchos simplemente le ningunearon. Fue el caso de Hemingway, a quien conoció en
París, que después de que éste consiguiera ―gracias a la mediación de Scott (siempre muy generoso con
aquellos escritores que consideraba valiosos)― ser publicado y reconocido en el mundo literario
estadounidense, en cuanto tuvo ocasión despreció a su amigo de correrías
etílicas. Te ruego que no te metas
conmigo en letra de molde. Aunque a veces elijo escribir de profundis, eso no
significa que quiera que mis amigos recen en voz alta inclinados sobre mi
cadáver.
Scott
Fitzgerald asfixiado por las facturas, con una esposa enferma, y una hija a la que
adoraba y tenía que sacar adelante, sobrevivía de los cuentos que publicaba (pese
a que nunca los consideró literatura seria). En 1937 firma un contrato de seis
meses como guionista de Hollywood donde no le fue demasiado bien.
El alcoholismo y su difícil situación
económica contribuyeron, como digo, a su caída libre, tal y como leemos en
estas cartas (algunas de ellas estaban aún inéditas en castellano) y que
publica la editorial Círculo de Tiza, se leen como un espejo de lo que le tocó
vivir. Al principio el horizonte se vislumbraba brillante, ambicioso y
prometedor, pero a medida que la vida comienza a ser en serio, las sombras se
vuelven llamadas de auxilio.
Leer la
correspondencia de alguien es como sostener el corazón del que escribe entre
las manos. Son líneas de verdad, confesiones como puñetazos al alma. En El arte de perder nos sentimos cómplices
de la dureza de una vida a la que Fitzgerald intentó hacer frente sin
desfallecer, buscando asideros y soluciones. Francis Scott Fitzgerald escribió
a pesar de todo, luchó en todo momento, y amó hasta que su corazón no pudo más,
un 21 de diciembre de 1940, a la edad de 44 años.
En su lápida
hay grabada una frase de su mejor novela: “Y así seguimos empujando, botes que
reman contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado”.
EL ARTE DE PERDER. Una
vida en cartas.
F. Scott Fitzgerald
Ed.: Círculo de Tiza,
2016
Coordinación y cuidado
de la edición: Giselle Etcheverry
Selección de cartas : Yolanda
Delgado
Traducción e Introducción: Martín Schifino
Epílogo: Alejandro
Gándara.
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