domingo, 30 de marzo de 2014

"LA PROMESA DEL ALBA"



“Sabía que había muerto durante la guerra en una cámara de gas, ejecutado por ser judío, con su mujer y sus dos hijos, que creo que por aquel entonces tenían quince y dieciséis años. Pero hasta 1956 no me enteré de un detalle especialmente indignante sobre su trágico fin. En aquella época yo era agregado de Asuntos exteriores en Bolivia. Volví a París para recibir el Premio Goncourt por una novela que acababa de publicar, Les racimes du ciel. Entre las cartas que me llegaron en tales circunstancias, había una que me ofrecía detalles sobre la muerte de aquel a quien había conocido tan poco.
En absoluto había muerto en la cámara de gas, como me habían dicho. Había muerto de miedo, camino del suplicio, a varios pasos de la entrada. La persona que me escribía la carta había sido el encargado de la puerta, el recepcionista, no sé cómo llamarlo ni cuál es el título oficial que detentaba. En su carta, que sin duda me escribió para complacerme, me decía que mi padre no había llegado a la cámara de gas, sino que había caído tieso, muerto de miedo, antes de entrar.


Permanecí mucho rato con la carta en las manos; después salí a la escalera de la NRF (grupo editorial), me apoyé en la barandilla y me quedé allí, no sé cuánto tiempo, con mi traje cortado de Londres, mi título de agregado de Asuntos Exteriores de Francia, mi cruz de La Liberación, mi condecoración de la Legión de Honor y mi Premio Goncourt.
Tuve suerte: en aquel momento pasó por allí Albert Camus y, al darse cuenta de que me sentía indispuesto me llevó a su despacho.
El hombre que había muerto así no dejaba de ser un extraño, pero aquel día se convirtió en mi padre para siempre”.


ROMAIN GARY. La promesa del Alba. Editorial Mondadori, 1997.

jueves, 27 de marzo de 2014

FABERGÉ Y LOS HUEVOS DE ORO

VALLE DE LILAS 1898

Peter Carl Fabergé fue el orfebre y joyero ruso que convirtió los huevos de Pascua en una cuestión de arte.

          La Casa Fabergé está íntimamente ligada a la familia Romanov. Gustav Faberge se trasladó de Estonia a San Petersburgo para aprender el oficio de orfebre. Trabajó durante un tiempo con Andreas Spiegel y más tarde con Keibel, célebre orfebre y joyero de los zares. En 1842 terminado su etapa de formación Gustav se cambió el apellido por Fabergé, considerando que le daba más estilo. Se casó con Charlotte Jungste y abrió una tienda en Bolshaya Morskaya, la calle más comercial de San Petersburgo. El 30 de mayo de 1846 nació su primer hijo, el futuro joyero de los zares, Peter Carl Fabergé.  Cuando cumplió los 28 años Peter hizo una gira por Europa y aprendió técnicas de joyería en Alemania, Francia, Italia e Inglaterra. A su regreso a San Petersburgo, la Casa Fabergé comenzó a restaurar piezas de arte de las colecciones del Hermitage. A partir de 1882, Peter Carl tomó la dirección de la firma. Se convirtió en un destacado profesional por sus trabajos con piedras preciosas y semipreciosas engarzadas, y metales en los que intercalaba las influencias de distintos estilos como el oriental, el ruso antiguo o el barroco. Ese mismo año participó con algunos diseños propios en la Exposición Panrusa de Moscú donde obtuvo la medalla de oro. Esto llamó la atención del Zar Alejandro III quien para la Pascua del año siguiente le encargó la realización de un huevo para obsequiar a su esposa, María Fiodorovna. El diseño consistió en un huevo con cáscara de platino que contenía dentro, uno más pequeño de oro que al abrirse, descubría una diminuta gallina de oro. El regalo fue tan elogiado por la zarina que a partir de entonces Alejandro III encargó a Fabergé cada Pascua un nuevo huevo. Una costumbre que existía en Europa desde el siglo XVI. Se regala como símbolo y deseo de larga vida. Su forma ovoidal representa la eternidad. Además el huevo significa el ciclo de la vida y su frágil cascarón recuerda la fragilidad de la misma. La preparación de huevos de Pascua refinadamente decorados fue una tradición y también un antiguo oficio en Rusia mucho antes de la elaboración de los huevos de Fabergé, aunque fue él quien llevó esta artesanía a un nivel superior de belleza y refinamiento.
Retrato de María Fiodorovna

          Al morir el emperador, su hijo y sucesor Nicolás II continuó con la tradición. Cada Domingo de Pascua obsequiaba a su madre con uno de aquellos objetos de arte de Fabergé, y regalaba otro distinto a su esposa, Alejandra Fiodorovna. En el más absoluto secretismo, Fabergé construyó huevos que en su interior siempre contenían una extraordinaria sorpresa: miniaturas de pájaros, coronas reales, retratos de la familia del zar, cajas de música, portarretratos, juguetes, maquetas desarmables, relojes o naves imperiales… que se mantenían a la espera, en el corazón de las piezas preciosas, algunas activadas incluso de forma automática. Para su fabricación utilizó técnicas como el grabado  “guilloché”, con el que reproducía figuras repetitivas,  combinado con metales y piedras preciosas, como el jaspe, cristal de roca, ágata, o jaspe,  que imitaban los colores de la naturaleza simulando flores y plantas, insectos, pájaros o ranas interpretados al estilo Art Nouveau, predominante en aquella época. Fabergé logró pequeñas obras de arte que reproducían al máximo los detalles.
          Fabergé llegó a ser nombrado orfebre y joyero de la corte imperial rusa y de otras monarquías europeas.  Su joyería se convirtió en  la mayor de Rusia con 500 empleados distribuidos en todas sus filiales: San Petersburgo, Moscú, Odessa, Kiev y Londres. Entre 1882 y 1917 produjeron unos 150.000 objetos de arte. Pero la Revolución acabó con la firma. La joyería fue tomada por los bolcheviques en 1917 y se cerró en noviembre de 1918. Peter Carl escapó de Rusia con el apoyo de la embajada británica a través de Finlandia, Letonia y Alemania, hasta Suiza donde murió en septiembre de 1920.
Primera tienda en San Petersburgo.

          Actualmente, de los 50 huevos imperiales de Fabergé, sólo se conoce el paradero de 42. Según el registro facilitado por la firma: 9 se encuentran en el Museo de la Armería del Kremlin, 10 en la colección particular del ruso Víctor Vekselberg, quien compró estos objetos y una colección de 180 joyas Fabergé a la familia Forbes. 5 en el Museo de arte del Estado de Virginia en Estados Unidos; 3 en la colección de la Reina Isabel de Inglaterra; 1 en la colección del Príncipe Alberto de Mónaco;  3 en el Museo de Nueva Orleans y 6 repartidos en museos de Suiza, Washington, Baltimore, Cleveland y Qatar. El resto, pertenecen a colecciones privadas.
Ricos y famosos
          La fama de la Casa Fabergé se extendió no sólo entre la flor y nata de la sociedad moscovita y de San Petersburgo, sino por todo el mundo. Entre los más notables clientes se encontraba la familia Kelh, dueño de minas de oro en Siberia para quien Fabergé hizo siete huevos de Pascua. Otros célebres fueron: los Rothschild, el célebre científico Alfred Nobel, el industrial estadounidense Henry Walters, quien navegó en su yate por el río Neva, con la esperanza de conseguir una audiencia con Peter Carl Fabergé. La duquesa de Marlborough, el banquero y el gran coleccionista, JP Morgan.  La lista de entusiastas exóticos la encabezaban: el marajá de Bikanir, que era cliente habitual y entusiasta de Fabergé, Aga Khan, el emir de Bukhara, el Jedive de Egipto, el rey de Abisinia y el emperador de China. En 1904, Peter Carl Fabergé fue invitado a visitar el rey Chulalongkorn de Siam.
          El encanto y su leyenda continuaron a través del siglo XX, y  las joyas de Fabergé fue ganando fuerza para una clientela de celebridades, incluyendo a Elizabeth Taylor y Richard Burton, y a uno de los más poderosos coleccionistas: Malcolm Forbes.



lunes, 24 de marzo de 2014

LA FELICIDAD EN PANTALONES CORTOS

Lycaeicides melissa samuelis Nabokov



Todos los hombres desdichados son más o menos parecidos; todos los hombres felices son más o menos diferentes (con permiso de Tólstoi). Vladimir Vladimirovich Nabokov perteneció a la segunda especie.
           


Un periodista del New York Times viajó hasta la ciudad suiza de Montreaux para entrevistar a Nabokov en el hotel donde residía con su esposa Véra desde que abandonaran Estados Unidos, país donde vivió más de 20 años. En aquel  momento, el escritor tenía 72 años. La "nínfula" de Humbert Humbert le había lanzado al éxito, pero también le cerró las puertas al Nobel. En Suiza, Nabokov se reencontró con el paraíso ruso de su infancia. Los lagos, las montañas, su adorada Véra (su leal colaboradora) y su hijo Dmitri, quien por entonces vivía en Milán, le bastaban para dedicarse en cuerpo y alma a sus dos pasiones: escribir y coleccionar mariposas. En aquella entrevista, Aldem Whitman le preguntó si su vida se parecía en algo a la que había imaginado de joven, a lo que él contestó: "Mi vida hasta ahora ha superado espléndidamente las ambiciones de la niñez y la juventud.  En la primera década de nuestro siglo decadente, durante los viajes con mi familia al sur de Europa, a la hora de dormir me imaginaba en sueños lo que sería convertirse en un exiliado que anhelaba desde la distancia, triste (y aquí viene otro epíteto) inextinguible Rusia, los exóticos bosques de eucaliptos. Lenin y su policía colaboraron de manera eficaz con la realización de aquella fantasía. A la edad de 12 mi sueño más anhelado era visitar el Karakorum en busca de mariposas. Veinticinco años más tarde me envié con éxito a mí mismo, como padre de mi protagonista (ver mi novela La dádiva) para explorar, cazamariposas en mano, las montañas de Asia Central. A los 15 años me visualizaba como un escritor de fama mundial de 70 años con una ondulada cabellera gris. Hoy estoy prácticamente calvo." (Opiniones contundentes, 1973).




La felicidad que experimentó en su infancia recién estrenada, Nabokov la preservaría como un tesoro. Proyectó aquella dicha una y otra vez en los espejos de sus novelas. Allí encontraremos los colores primigenios que su madre, Elena Ivanovna, le enseñó a mirar con detalle como si temiera que aquel Edén fuera a desvanecerse algún día, tal y como sucedió. Con 20 años Vladimir abandonó Rusia y se despidió de su primer amor. Ese exilio precipitado y la pérdida del amor fueron su herida y el leitmotif de su literatura. En 1919, la familia Nabokov se instaló en Berlín, mientras Vladimir y su hermano Serguey (cuya muerte inspiró su primera novela escrita en inglés, La verdadera vida de Sebastián Knight) viajaban a Inglaterra para estudiar Filología rusa y francesa en la Universidad de Cambridge. Su padre murió de un disparo en un atentado perpetrado por un ruso extremista en Berlín. Vladimir Dmietrievich fue un intelectual y uno de los fundadores del partido democrático constitucional, contrario a la Revolución de 1917. En el exilio dirigió un diario de corte liberal, Rul, en el que su hijo publicó sus poemas y relatos.


Ficha de trabajo de "Lolita". Library of Congress.


Primero en Berlín, y más tarde en París, el autor de Risa en la oscuridad (1933) escribió ocho novelas en ruso ambientadas en la ciudad alemana, a excepción de Máshenka (1926).  Vladimir escribía sin parar mientras ganaba algún dinero como extra de cine, de recoge pelotas o confeccionando una gramática rusa donde el primer ejercicio tenía la siguiente frase: "Señora, ha llegado el doctor. He aquí una banana."
            Pero retrocedamos en el tiempo, es necesario para entender la personalidad y la obra de un escritor excepcional. Vladimir Nabokov, el primogénito de cinco hijos, nació en el seno de una familia aristocrática de San Petersburgo el mismo día que Shakespeare, el 23 de abril, pero de 1899.  Se educó bajo la mirada de institutrices extranjeras, que con el tiempo fueron cediendo el paso a otros preceptores varones. Los Nabokov disfrutaban los veranos en Vyra, a escasos kilómetros de la capital del imperio, en una casa grande con numerosos retretes. Cuenta en Habla, Memoria (1951), que encerrado en uno de aquellos retretes compuso sus poemas (los que leyó la poetisa Zinaida Hippius, quien a través del padre de Nabokov le envió un mensaje aterrador: "dígale a su hijo que nunca será escritor").  Los otoños transcurrían en las playas del Adriático, Niza o Biarritz; y los inviernos, en su domicilio de San Petersburgo. Vladimir fue el niño mimado. Su padre, le enseñó a utilizar el florete, a jugar al tenis y a dar derechazos con los guantes de boxeo. De él heredó su afición al ajedrez, y por encima de todo, el amor a la literatura y a los lepidópteros. En pantalones cortos, aprendió todos los sustantivos y los verbos en tres idiomas (inglés, ruso y francés). Las palabras con las que ya convertido en escritor, jugaría a su antojo para construir ambiciosas "mentiras perfectas" que todavía hechizan al lector que cae en su redes.

Vladimir Nabokov (1977). Library of Congress.

            Su carácter individualista fue incompatible con cualquier grupo, ni siquiera en su etapa escolar. Aquel niño que escribía redacciones salpicadas de "palabras extranjeras", y que no participaba en los juegos, no podía caer bien ni a sus compañeros, ni a los profesores de la Escuela Tenishev. A los 11 años, Vladimir Nabokov se dio cuenta de que difícilmente "encajaría en ningún cuadro", pero en lugar de dramatizar, convirtió su aislamiento en un valor positivo. Ya de adulto continuó siendo un "manso solitario", sin apenas contacto con el resto de escritores. Nunca sabremos cuánta verdad había detrás de aquel orgullo que tanto sufrieron los periodistas, a quienes les exigía que las preguntas de las entrevistas se le enviaran por escrito para contestarlas de la misma forma, previa advertencia de cómo debían componer el texto final y la obligación de recibir una autorización antes de ser publicadas. Vivian Darkbloom (ese era su anagrama) aseguraba que le importaban un bledo las críticas, pero su ira se dejaba oír desde la cima de las montañas suizas cuando algún crítico no interpretaba "correctamente" su obra. Y es que el ruso tenía la lengua tan larga como la trompa de la mariposa de alas color cian (una de las muchas que descubrió) que lleva su nombre. En Estados Unidos, los universitarios de Wellesley y Cornell escuchaban entre estupefactos y divertidos aquellos exabruptos del catedrático Nabokov (sus lecciones están publicadas) contra la obra de Dostoievski, Thomas Mann, Hemingway, Faulkner o Pasternak. Aunque para ser del todo justos, el autor de Ada y Pálido Fuego tenía en su altar varios santos laicos: Tólstoi, Chéjov, Bely, Proust, Joyce y Kafka.

Nabokov y Véra: el tándem perfecto.



            Hay mucho que decir de este personaje extraordinario que llegó a los 78 años vestido con pantalones cortos, que había memorizado diálogos enteros de los Hermanos Marx, que despreciaba a Freud, que no sabía conducir, y escribía con lápiz y de pie frente a un atril. Hay mucho que contar de quien disfrutaba su aperitivo con una copita de Tío Pepe (nunca vodka) y unas almendras fritas; que por las tardes jugaba con Véra al ajedrez o al Scrabble ruso, y cuyo mayor dilema a las once de la noche era: tomar o no tomar un somnífero. Hay mucho que contar de aquel grandullón que hablaba con la torpeza de un niño (de ahí su manía de escribirlo todo), pero yo les invito a que lean sus novelas y rían con ellas. Nabokov reivindicaba la carcajada por encima del dolor, pretendía que sus lectores ejercitaran los músculos de la risa, esa que nace en el vientre y oxigena el cerebro. Y aunque la tristeza no pueda esquivarse, para Vladimir Nabokov la vida era "una rebanada de pan fresco con manteca y miel alpina" que había que disfrutar. Él lo consiguió hasta que le llegó su final: un 2 de julio de 1977.   

jueves, 20 de marzo de 2014

CUANDO DESCUBRIMOS EL TIEMPO







"Los primeros seres vivos que tomaron conciencia del tiempo fueron asimismo los primeros en sonreír."

Vladímir Nabokov en Habla, memoria (Anagrama, 1986)




"Since the first creatures on earth to become aware of time were also the first creatures to smile. "

Vladimir Nabokov, Speak, Memory (G.B. Putnam's sons, 1966)



  

jueves, 13 de marzo de 2014

ZOO O CARTAS DE NO AMOR

Vicktor Shklovski (1893-1984)


Tengo setenta años. Mi alma yace ante mí.
Tiene los bordes desgastados.
Una vez, este libro la dobló. La volví a enderezar.
Me doblaron el alma las muertes de los amigos. La guerra. Las disputas.
Los errores. Los insultos. El cine. La vejez, que, a pesar de todo, llegó.
Me alivia no saber los lugares por los que pasas, no conocer a tus nuevos amigos ni a los viejos árboles cerca de tu molino.*
La memoria se ha disipado entre los círculos concéntricos del agua, cuyas ondas alcanzaron la orilla pétrea.
El pasado ya no existe.
Las ondas, como anillos del amor, se fueron hacia la orilla.
No me sentaré en la orilla, no esperaré hasta el día del Juicio Final, no llamaré a mi pececito mágico de pecas doradas. †
No me sentaré de noche en la orilla, no sacaré agua con un viejo sombrero de fieltro marrón.
No diré: «Mar, devuélveme los anillos».
La noche se me ha adelantado. Han retirado del cielo las estrellas inaprensibles.
Solo Venus, la principal estrella de la tarde y del alba, ha regresado al cielo. Fiel al amor, yo amo a otra.
Al amanecer, cuando ya se puede ver con claridad la forma de las cosas, pronuncio la palabra: «Amor».
El sol se derrama sobre el cielo.
No existe el fin de la canción del alba, somos nosotros los que desaparecemos.
Veamos este libro como el agua de cuyos puertos se ha quedado el corazón. Hay tanto pasado en la sangre y el orgullo a los que llamamos lirismo.
  
                                                                     1963, Moscú


* Referencia a Cartas desde mi molino (1869), el heterodoxo epistolario de Alphonse Dauder (1840-1897)
† En numerosas leyendas y cuentos rusos hay referencia a peces milagrosos y anillos mágicos hundidos en la profundidad de los mares.
Viktor Shklovski. Segundo prefacio a la cuarta edición (1964) de Zoo o cartas de no amorTraducción: Yulia Dobrovolskaya y José María Muñoz Rovira. Ed. Ático de los libros, 2010.

lunes, 3 de marzo de 2014

ENTRE EL AHUEHUELT Y EL DRAGO. Antología de relatos mexicano-canaria

ENTRE EL AHUEHUELT Y EL DRAGO. Antología de relatos mexicano-canaria

m156Entre el ahuehuelt y el drago es el título elegido para la antología de relatos méxicano canaria que acaba de publicar Baile del Sol Ediciones. Se trata de una selección realizada por el canario Agustín Díaz Pacheco, en su archipiélago, y por Dante Medina en el territorio mexicano. Dos escritores que han llevado a cabo una recopilación de treinta historias que, de árbol a árbol, cruzan el Atlántico en un salto narrativo que busca el intercambio entre dos realidades narrativas.

Entre las temáticas de los relatos mexicanos encontramos sus arraigados cantos a la revolución, la omnipresencia de la muerte y la violencia, mientras que los autores y autoras canarios nos acercan al tránsito de culturas extrainsulares, el paso de lo rural a lo urbano y su consiguiente desarraigo y conciliación.

Esta antología viene pues a indagar en el complejo laberinto de la cultura a través de originales identidades narrativas que conectan en sus páginas, atravesando fronteras y conectando a través de la literatura y de los lectores que tienen a su disposición estas enriquecedoras interpretaciones de dos realidades bien distintas.

ENTRE EL AHUEHUELT Y EL DRAGO. Antología de relatos mexicano-canaria

Agustín E. Díaz-Pacheco, Alejandro Vera Barrios, Alexis Ravelo, Ángela Ramos, Eduardo Delgado Montelongo, Ignacio Gaspar, Iván Morales, Juan José Delgado, Álvaro Marcos Arvelo, Maribel Lacave, Raúl Quiles, Sergio Barreto, Víctor Álamo de la Rosa, Víctor Ramírez, Yolanda Delgado, José Brú, Carlos Bustos, Martha Cerda, Fernando de León, Elsa Levy, Pancho Madrigal, Gabriel Martín, Dante Medina, Rafael Medina, Godofredo Olivares, Alfredo T. Ortega, José Ruiz Mercado, Yolanda Zamora

978-84-15700-22-7

2014

266 páginas

15  €

http://elblogdebailedelsol.blogspot.com.es/2014/03/entre-el-ahuehuelt-y-el-drago-antologia.html