jueves, 25 de junio de 2015
lunes, 22 de junio de 2015
CHILDHOOD IN RUSSIAN LITERATURE: FROM TOLSTOY TO THE "QUEEN OF HORROR"
It is said that when Tolstoy sent, anonymously, his
first novel Childhood (1852) ― written
during the Caucasus War and under the influence of Rousseau, Dickens and Sterne
― to The Contemporary magazine, his
editor changed the title to History of
My Childhood and that this change greatly angered the Russian writer.
Later, Tolstoy recognized that his book indeed recounted his own experiences
and those lived by his relatives.
However
surprising, Tolstoy was in fact the first major Russian author to combine
autobiography with fiction in his depiction of his early years.
A long
list of writers of all styles, including Gorky, Belyi, Kataev, Bunin, Marina
Tsvetaeva and Nabokov, to name just a few, subsequently recalled and wrote about
their childhoods following Tolstoy's literary technique and his mythology of
childhood in their autobiographies.
The child
depicted by Tolstoy has much in common with the child described by Rousseau. Life
in the city leaves only negative images in the boy's consciousness. It is the
countryside that remains in his soul and thus his memories and memoirs. His
relation with nature plays an essential role in the idea that childhood innocence
is a paradise lost. "Happy,
happy unforgettable time of childhood! How can one not love, not cherish its
memories?" wrote Tolstoy.
Aleksey Peshok, the character of Maxim Gorky’s
‘My Childhood’ (1913-1914), the first part of an autobiographical trilogy,
doesn't live in a Tolstoyan paradise. His infancy is deeply troubled by a virulent
argument between the boy's uncles over their patrimony, the harsh beatings
meted out by his grandfather and the complex and difficult life of his own
mother, all elements in a brutalizing environment that might have destroyed the
boy's spirit had it not been for the influence of his grandmother, a
compassionate woman who cared for the unfortunate and had a great fondness for
folk-tales and literature generally.
During Stalin’s
reign, literature about childhood was used as a means to propagate socialism
and its ideals. One of the most accomplished prose writers of this era was Valentin
Kataev. In his writing, the narrative became epic and the transformation of the
fairy tale hero from immature child to adult is part of the process of
socialization and integration into the collective. Kataev’s ‘Son of the Regiment’ (1945), the
story of an orphan boy adopted by an artillery regiment during the war, was an
immense success, almost immediately made into a film.
Before
and later, other authors, like Bunin in The Life of Arseniev (1930) and
Nabokov in Speak Memory (1966), wrote about their childhood from exile. For
both, infancy belonged to a pre-Bolshevik chapter where they lived as
privileged children, a golden time stolen by the Russian Revolution of 1917. In
his autobiography, Nabokov recounts that he learned English before Russian. The
Nabokovs were an aristocratic Russian family with European tastes, keen on English
goods like Pears soap, Golden Syrup, bath salts and puzzles, products they
would buy at the famous English Shop on Nevsky Avenue in St. Petersburg where
they lived.
In our own times, Russian literature
about childhood has largely taken a new somber tone. In his hugely successful, autobiographical
‘Bury Me Behind the Baseboard’ (first published in a magazine in 1996, then in
book form in 2003, then filmed in 2009), Pavel Sanaev recounts the agonizing
years of terror of a boy wrested away from his mother and brought up by a
fierce tyrannical grandmother.
The
myth of childhood in Russian culture in the 21st century indeed has little
if anything to do with paradise or with politics, if we think, in addition, of the
terrifying images of fictional childhood portrayed by bestseller Anna
Starobinets in An Awkward Age (published
in 2005). For her – often dubbed the
‘Queen of Horror’ - Russian children, like many children in the world, live in
the hostile environment of big cities, in conflict with their parents, often
separated, and struggling for fictitious lands in which they can escape
reality. A far cry from Tolstoy indeed!
This article was published in RBTH http://rbth.com/arts/2015/06/01/from_tolstoy_to_the_queen_of_horror_childhood_in_russian_literature_46529.html
sábado, 23 de mayo de 2015
viernes, 24 de abril de 2015
JUAN GOYTISOLO SIN RODEOS
Discurso de Juan Goytisolo Ceremonia de entrega del Premio Cervantes 2014
A la llana y sin rodeos
En términos generales, los escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes
conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. El
encasillado en las primeras cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a
triunfar. El de las segundas, no. El cumplir consigo mismo le basta y si, como sucede
a veces, la adicción le procura beneficios materiales, pasa de la categoría de adicto a
la de camello o revendedor. Llamaré a los del primer apartado, literatos y a los del
segundo, escritores a secas o más modestamente incurables aprendices de escribidor.
A comienzos de mi larga trayectoria, primero de literato, luego de aprendiz de
escribidor, incurrí en la vanagloria de la búsqueda del éxito -atraer la luz de los focos,
“ser noticia”, como dicen obscenamente los parásitos de la literatura- sin parar
mientes en que, como vio muy bien Manuel Azaña, una cosa es la actualidad efímera
y otra muy distinta la modernidad atemporal de las obras destinadas a perdurar pese
al ostracismo que a menudo sufrieron cuando fueron escritas. La vejez de lo nuevo se
reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita. El dulce señuelo de
la fama sería patético si no fuera simplemente absurdo. Ajena a toda manipulación y
teatro de títeres, la verdadera obra de arte no tiene prisas: puede dormir durante
décadas como La regenta o durante siglos como La lozana andaluza. Quienes
adensaron el silencio en torno a nuestro primer escritor y lo condenaron al anonimato
en el que vivía hasta la publicación del Quijote no podían imaginar siquiera que la
fuerza genésica de su novela les sobreviviría y alcanzaría una dimensión sin fronteras
ni épocas.
“Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”, escribe
Fernando Pessoa, y coincido enteramente con él. Ser objeto de halagos por la
institución literaria me lleva a dudar de mí mismo, ser persona non grata a ojos de
ella me reconforta en mi conducta y labor. Desde la altura de la edad, siento la
aceptación del reconocimiento como un golpe de espada en el agua, como una inútil
celebración.
Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a la modestia. La
mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a la inversa y al evocar la lista
de mis maestros condenados al exilio y silencio por los centinelas del canon nacionalcatólico
no puedo menos que rememorar con melancolía la verdad de sus críticas y
ejemplar honradez. La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera. Como dijo
con ironía Dámaso Alonso tras el logro de su laborioso rescate del hasta entonces
ninguneado Góngora, ¡quién pudiera estar aún en la oposición!
Mi instintiva reserva a los nacionalismos de toda índole y sus identidades totémicas,
incapaces de abarcar la riqueza y diversidad de su propio contenido, me ha llevado a
abrazar como un salvavidas la reivindicada por Carlos Fuentes nacionalidad
cervantina. Me reconozco plenamente en ella. Cervantear es aventurarse en el
territorio incierto de lo desconocido con la cabeza cubierta con un frágil yelmo bacía.
Dudar de los dogmas y supuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema
que nos acecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la
tecnociencia en el mundo globalizado de hoy y la previsible reacción violenta de las
identidades religiosas o ideológicas que sienten amenazados sus credos y esencias.
En vez de empecinarse en desenterrar los pobres huesos de Cervantes y
comercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas
probablemente en China, ¿no sería mejor sacar a la luz los episodios oscuros de su
vida tras su rescate laborioso de Argel? ¿Cuántos lectores del Quijote conocen las
estrecheces y miseria que padeció, su denegada solicitud de emigrar a América, sus
negocios fracasados, estancia en la cárcel sevillana por deudas, difícil acomodo en el
barrio malfamado del Rastro de Valladolid con su esposa, hija, hermana y sobrina en
1605, año de la Primera Parte de su novela, en los márgenes más promiscuos y bajos
de la sociedad?
Hace ya algún tiempo, dedique unas páginas a los titulados Documentos cervantinos
hasta ahora inéditos del presbítero Cristóbal Pérez Pastor, impresos en 1902 con el
propósito, dice, de que “reine la verdad y desaparezcan las sombras”, obra cuya
lectura me impresionó en la medida en que, pese a sus pruebas fehacientes y a otras
indagaciones posteriores, la verdad no se ha impuesto fuera de un puñado de eruditos,
y más de un siglo después las sombras permanecen. Sí, mientras se suceden las
conferencias, homenajes, celebraciones y otros actos oficiales que engordan a la
burocracia oficial y sus vientres sentados, (la expresión es de Luis Cernuda) pocos,
muy pocos se esfuerzan en evocar sin anteojeras su carrera teatral frustrada, los tantos
años en los que, dice en el prólogo del Quijote, “duermo en el silencio del olvido”:
ese “poetón ya viejo” (más versado en desdichas que en versos) que aguarda en
silencio el referendo del falible legislador que es el vulgo.
Alcanzar la vejez es comprobar la vacuidad y lo ilusorio de nuestras vidas, esa
“exquisita mierda de la gloria” de la que habla Gabriel García Márquez al referirse a
las hazañas inútiles del coronel Aureliano Buendía y de los sufridos luchadores de
Macondo. El ameno jardín en el que transcurre la existencia de los menos, no debe
distraernos de la suerte de los más en un mundo en el que el portentoso progreso de
las nuevas tecnologías corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas
mortíferas, el radio infinito de la injusticia, la pobreza y el hambre.
Es empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, “deshacer tuertos y
socorrer y acudir a los miserables” e imagino al hidalgo manchego montado a lomos
de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la Santa Hermandad
que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería
financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma
por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos
inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad.
Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos
resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción,
precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes
como en el que actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho
encontrará siempre un refrán para defenderla.
El panorama a nuestro alcance es sombrío: crisis económica, crisis política, crisis
social. Según las estadísticas que tengo a mano, más del 20% de los niños de nuestra
Marca España vive hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la
del nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede
ignorarlas sin traicionarse a sí mismo. No se trata de poner la pluma al servicio de
una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento contestatario de esta en el
ámbito de la escritura. Encajar la trama novelesca en el molde de unas formas
reiteradas hasta la saciedad condena la obra a la irrelevancia y una vez más, en la
encrucijada, Cervantes nos muestra el camino. Su conciencia del tiempo “devorador y
consumidor de las cosas” del que habla en el magistral capítulo IX de la Primera
Parte del libro le indujo a adelantarse a él y a servirse de los géneros literarios en
boga como material de derribo para construir un portentoso relato de relatos que se
despliega hasta el infinito. Como dije hace ya bastantes años, la locura de Alonso
Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a su creador enloquecido por los
poderes de la literatura. Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como
una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos
evadimos de la realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella.
Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no
nos resignamos a la injusticia.
Discurso on line:
http://www.rtve.es/alacarta/videos/premio-cervantes/discurso-integro-juan-goytisolo-premio-cervantes-2014/3103044/
Discurso on line:
http://www.rtve.es/alacarta/videos/premio-cervantes/discurso-integro-juan-goytisolo-premio-cervantes-2014/3103044/
martes, 31 de marzo de 2015
LA MÚSICA Y LAS PALABRAS
Como todos los días, me hallaba escribiendo en mi cuarto. El personaje
de mi relato buscaba quitarse la vida desde un edificio de doce plantas. En
esto, mi marido llegó del banco, como siempre a las tres de la tarde. Se apostó
en el vano de la puerta y me dijo: "Cariño, hoy he estado pensando en ti".
EL protagonista de mi novela
estaba en un momento crítico, dudaba qué hacer, si lanzarse al vacío o esperar
al día siguiente, quizás las cosas pasaran del negro al gris oscuro. Cualquiera
hubiera entendido que la situación me tenía absorta, pero mi marido buscaba un
minuto de protagonismo e insistió en repetirme de nuevo la misma frase:
―Decía que hoy he
estado pensando en ti.
―Vaya, eso es una
novedad" ―le dije como quien oye llover.
―Me preguntaba qué
tendrá de maravilloso escribir si te pasas doce horas pegada al asiento. Me
preguntaba por qué escribes…
Yo oía su voz como un eco lejano, pero entendí perfectamente de lo que
me hablaba. El personaje me preguntó: "Bueno, qué, ¿me
tiro o vas a contestar a ese?"
Una debe transigir de vez en cuando, así que me decidí por contestar al
ser vivo que a estas alturas de nuestra relación me había hecho una pregunta
propia de un personaje de ficción llamado Perogrullo, y le respondí:
―Escribir es lo
único que sé hacer.
―Mujer, después de
quince años de matrimonio… eso es algo que ya sabía…―dijo en tono
burlón.
No soy rencorosa… pero sus palabras me cruzaron de arriba abajo como un
rayo. Ese al mediodía no cociné para dos, y al mes siguiente solicité el
divorcio. "Sin acritud", le dije. "Después de tantos años
juntos, ya sabes que no sé hacer nada mejor…"
Todo lo que he contado hasta ahora es falso, puro cuento, una mentira, que
encierra algunas que otras verdades en su interior.
Escribo porque no sé hacer otra cosa y con el tiempo he convertido en un
oficio esta pasión. La padezco, la adoro y la necesito para sentirme viva. Pero antes, antes de la escritura fueron los
libros y previo a los libros: las palabras. Ellas son mi casa, la tierra donde
piso, el techo que me cobija, mi alimento y mi soporte.
Será porque no he madurado y sigo creyendo en ellas, será porque
continúo siendo la niña de tres años que se escapaba a la clase de los mayores,
en la guardería del Barrio de Vegueta porque quería aprender las letras. Letras
que parecían mágicas, puertas nuevas que se abrían, cuando a esa edad,
cualquiera de nosotros estábamos aprehendiendo, estrenando el mundo con todos nuestros
sentidos. Letras que unidas por un vínculo misterioso de grafo y sonido ponían
nombre a mi nombre, y nombraron a mi madre, y a mi padre; mis primeros
descubrimientos. Después vendría la palabra hermano, la palabra flor, y la
palabra escalera. Las palabras de mi hogar: casa, tina, cama, mesa, gofio, azotea
y zaguán.
Cada espacio tenía sus palabras asociadas. Allí estaba yo en la Plaza de
Santa Ana, con su catedral, sobre cualquiera de los perros, volando hasta sus
espadañas. En esa plaza descubrí la palabra jugar, el millo, la paloma, el
trompo, la soga y el elástico. Allí me enamoré por primera vez de un niño, y conocí
lo que eran las rodillas desolladas por la prisa del juego.
El mundo sensorial se llenó de palabras. Cada nuevo día me regalaba diferentes
vocablos que, como los cromos, yo iba reuniendo en un álbum secreto. Supe lo
que era la palabra canción y la palabra música. Mi madre cantaba folías y
sandungas; mi padre oía a Mozart y a los Beatles. Entonces descubrí la alpispa
y la palabra yellow.
Yellow como el verano en el que Eva María se marchó a buscar el Sol en la
playa. El verano era la explosión de un diccionario distinto, desnudo, con
sabor a helado, donde las horas eran elásticas. El aire salitrado en los
labios, las montañas-dinosaurios de Fuerteventura, la bicicleta, los caminos
sembrados de baches, los higos robados, los amigos de ese tiempo, la arena que
llegaba del Sáhara…, y por encima de todo, el mar donde flotaba una isla
misteriosa que se parece al dibujo de la serpiente boa que se tragó un elefante
en "El Principito". La isla de Lobos.
El paraíso desapareció, en su lugar existe un parque temático para los
turistas. Aquellas cuatro casas de pescadores se han convertido en un gran
centro comercial. Pero yo escribo para mantener viva la memoria. Escribir es
grabar recuerdos, que el tiempo no los oxide, no los borre, no los fulmine.
Nosotros éramos esos Principitos para quienes el mundo se abría entonces
como un gran libro contenedor de todos los olores y sabores agradables o
tristes del mundo. Pero ese libro ustedes también lo conocen, seguro que tienen
uno propio, quizás ahora cada uno esté repasando aquel primer diccionario. Cuando
probamos la manzana del árbol, fuimos conscientes de que existíamos gracias a
las palabras que nos decían y que nosotros pronunciábamos porque teníamos sed,
hambre, éramos felices o teníamos frío.
Esa música de fondo no ha desaparecido de la literatura que escribo,
porque esa música es la que acompañó a mi infancia en esta isla, territorio intocado
que preservo con uñas y dientes, porque aquí, en esta isla, conocí la palabra
felicidad.
A los diez años me arrancaron de raíz y me trasplantaron de lugar. Me sentí
huérfana, sin colegio, sin amigos, el pequeño universo de los niños. Me di de
bruces, entonces, con dos experiencias distintas: el viaje y la soledad. Busqué
defenderme de la pérdida. Mientras iba dejando atrás la infancia, yo me escondí
detrás de los libros. Se abrieron entonces otros ventanales que me dieron la
posibilidad de ver aún más lejos: Hitler robaba un conejo rosa y los Cinco
investigaban un nuevo caso subidos a un árbol y festejaban la resolución del
misterio comiendo galletas de jengibre. Hubo muchos libros en ese exilio
interior. Debo agradecérselo a mis padres, ellos son grandes lectores. Pero ocurrió algo que no pudieron prever: enfermé
de lecturatitis. Leía cuanto caía entre mis manos: tebeos, prospectos,
etiquetas de envasados, tickets, anuncios publicitarios, revistas de figurines,
hasta los chistes malos que venían con el chicle Bazooka.
Mis padres no tenían presupuesto para calmar mi voracidad lectora, por
lo que aprendí a releer los libros que ya tenía. A esa edad se despertaron mis
gustos literarios, odiaba al pollino de Juan Ramón tanto como Los Hollister, la
versión americana de los Cinco pero con menos intriga. Me aburrían las
aventuras del visionario Julio Verne, tampoco los cuentos de Perrault. Cuánto daño infligieron Perrault y Los
hermanos Grimm a nuestra generación… Sus historias nos robaron la felicidad demasiado
pronto. Luego vendría la adultez, que rima con estupidez, memez o insensatez, que
trae en el saco tantas desgracias como las que sufrieron Hansel y Gretel. Y es que la vida adulta se empeña a diario en
quebrarnos la sonrisa, y lo consigue con facilidad. Solo cuando tenemos el rabo
de la muerte merodeando cerca, ansiamos
recuperar esa felicidad, que hemos manoseado hasta convertirla en una
palabra vulgar, en un derecho más que un privilegio. Si viviéramos menos que
una mosca veríamos la vida con una perspectiva distinta. En mi último libro,
Puro cuento, aún invisible en las librerías, incluí el siguiente relato como
colofón.
―La vida es una gran bola de mierda ―se quejó un escarabajo que con mucho esfuerzo
se afanaba en hacer rodar su tesoro.
―¿Vos no sos un Pelotudo? ¡Ché! ¡Entonces, no
jodás! ¿Y, qué me decís de lo rica que está? ―dijo la mosca.
Ustedes mismos sacarán sus conclusiones.
Sí se puede, como gritan algunos, recuperar la sonrisa, aunque haya días
en los que haya que pintársela como los payasos.
Pero hablaba de la lectura, de los libros de papel, que huelen, que se
subrayan, que se extravían, que se regalan, con los que se liga, y mucho
además, como ustedes saben. Los libros hablan sobre nosotros, mejor dicho,
sobre nuestro interior.
Una vez escuché una historia conmovedora que algún día convertiré en
relato. Un amigo me contó que a los trece años se enamoró perdidamente de una
niña de su clase. Era muy tímido, así que las ocasiones para acercarse a su
compañera eran nulas.
Cuando salían del colegio, él se desviaba del camino a casa y corría dos
manzanas solo para verla pasar. Una tarde, se dio cuenta que la niña de sus
ojos llevaba entre los libros escolares una novela titulada El guardián entre
el centeno.
A él no le gustaba leer en absoluto, y desde luego de aquel libro no
sabía nada. Regresó deprisa a su casa, le pidió dinero a su madre. Para comprar
un libro, le dijo. Su madre casi se desmaya de la alegría y por supuesto, no
dudó en sacar el monedero.
Mi amigo se pasó la noche en vela, leyendo el librito de Salinger,
subrayó frases, e hizo anotaciones de pensamientos que se le ocurrían. Por
primera vez, gracias al amor, había descubierto el placer que provoca un buen
libro.
A la mañana siguiente, cogió la novela, forzó el lomo del libro, arrancó
un par de cuadernillos y dobló la cubierta hasta dejarle una arruga bien
visible, y se lo llevó al colegio. Las horas de clase fueron las horas más
lentas de su vida pero afortunadamente, a las cinco y media, mi amigo corrió
como siempre las dos manzanas acostumbradas. Cuando ella llegó al punto del
camino donde él solía esperarla, mi amigo se hizo el encontradizo y dejó caer
al suelo, como por descuido, la novela de Salinger. Su compañera se agachó a
recoger el libro descuajaringado. Cuál fue su sorpresa…Aquel chico tan tímido,
con el que hasta entonces no había mediado palabra también leía El guardián
entre el centeno. Entonces, ella emocionada por la sorpresa y por la casualidad
le preguntó: ¿Te está gustando? A mí, muchísimo. Y el pícaro de mi amigo le
contestó: Oh, lo he leído muchísimas veces. Es uno de mis libros favoritos…
El resto de la historia la dejo a vuestra imaginación.
Y vuelvo a mi experiencia
lectora. Ocurrió algo que cambió mis lecturas poco ambiciosas literariamente.
En la librería, donde habitualmente mi madre me compraba los lotes de libros
para el verano, se deslizó de manera misteriosa una novela para adultos.
Créanme, es el único libro del que no me he deshecho porque representa el
comienzo de una etapa distinta. Entonces tenía 11 años. La novela en cuestión
era Desde el jardín del americano de origen polaco Jerzy Kosinski. Quizás no
les diga nada, pero si les hablo de la película Bienvenido Mr. Chance,
protagonizada por Peter Sellers… quizás sepan de lo que hablo. El protagonista
de la novela es un jardinero que padece cierta discapacidad intelectual y que
nunca ha salido de la mansión en la que trabaja. Cuando no está ocupándose del
jardín, está pegado al televisor. Gracias a la televisión comienza a aprender
frases que le llaman la atención aunque es incapaz de comprender exactamente lo
que estas significan. Cuando muere el dueño de la casa, el jardinero se ve
obligado a abandonar lo que hasta entonces ha sido su hogar. Sale de la jaula
como un inocente pajarillo y es atropellado por un vehículo que pertenece a una
mujer de la alta sociedad neoyorkina quien enseguida socorre al protagonista y
lo aloja en su casa. Chance es un hombre desorientado, suelta frases sin
sentido, aquellas palabras que escuchó tantos años en el televisor. Lo
paradójico es que Chance poco a poco empieza a ser un hombre respetado en círculos
influyentes por la profundidad de sus frases. Como ya pueden haber deducido la
novela es una crítica a la superficialidad del mundo moderno.
Ese libro de Kosinsky supuso un quiebro radical en mis lecturas. Después
de aquel primero libro iniciático, por la puerta entraron en tropel Sábato,
Dostoievsky, Flaubert, Patrick Süskind, Camus, Pérez Galdós, Valle Inclán,
Unamuno o Pío Baroja. Los libros que leían mis padres, los heredaba yo. Algunos
me fueron imposibles. Recuerdo que Rayuela o Cien Años de Soledad se me
resistieron, el estilo y el vocabulario eran muy difíciles para mí. Desde
entonces, he continuado leyendo. Soy rara en mis gustos, me gusta explorar autores
desconocidos, fuera del circuito habitual de las grandes ventas. Me interesa la
literatura de pequeñas historias personales, como las películas de autor. La
literatura está llena de hombres, pero también de mujeres interesantes. Cito
algunos nombres: Anna Ajmátova y Marina Tsvetáeva, ambas poetas de la edad de
plata de la literatura rusa; Doris Lessing, Clarice Lispector, Grace Paley,
Virginia Wolf, Margaret Atwood o Elfriede Jelinek.
Lo que nunca pude imaginar es que las editoriales me pagaran por leer
manuscritos. Y aunque todavía, he de confesar, no he tenido la suerte de
toparme con un genio de la literatura en mi oficio de lector, respeto el
esfuerzo y el amor que pone la persona que se aventura a escribir una
novela. Escribir no es un oficio fácil.
Tener una historia que contar es más complicado de lo que piensan los que no conocen
el oficio. Todo tiene que sonar a verdad en las páginas, aunque sea una mentira
bien construida y honesta. A mi juicio no hay nada peor que ser un escritor
deshonesto. Todo suena impostado, artificial, un batiburrillo de frases
maquilladas pero vacías. Los personajes son también de carne y hueso como
nosotros, y las palabras que salen de sus bocas tienen que ser las únicas
posibles en esas circunstancias. Es muy difícil escribir diálogos. Es difícil
tener un estilo que se metamorfosee según la historia que se cuenta. Es difícil
ponerse del lado del lector. Cuando escribo me gusta partir de un hecho
concreto de la realidad, es una material espléndido para convertir en literatura.
Pero contar las cosas como son resulta aburrido, hay que darles la vuelta como a
un calcetín, o exagerarlas en diferentes espejos hasta que lo absurdo produzca
dolor o risa. Yo no sé escribir de otra manera, no tengo imaginación para
inventar mundos marcianos, lejanos y exóticos. Lo cotidiano es una mina. Hace
poco, iba en el tranvía de Santa Cruz a la ciudad de La Laguna. Junto a mí una
niña, más o menos de cinco años le pregunta a su madre: ¿Mamá, tú qué quieres
ser cuando seas mayor? La madre, sabia como son las madres quiso mantener el
tono imaginativo de la conversación con su hija y le respondió: Yo de mayor
quiero ser lo mismo que tú. La hija enseguida gritó entusiasmada: ¡Entonces, tú
y yo seremos astonautas!
Tanto en mis cuentos, como en mi hasta ahora única novela: "La isla
de las palabras desordenadas", integro situaciones que me son conocidas,
porque las he experimentado o las he conocido por medio de otras personas. Yo
tomo esa realidad y como un rumiante las deshago, las destripo, las analizo,
las trago y las regurgito para masticar de nuevo el bolo y llevarlo más tarde al
papel. Siempre busco las palabras que en dos segundos puedan suscitar una
emoción que el lector debe completar o rumiar como yo. A veces busco palabras
para provocar silencios.
Mi prosa es poética, sin la poesía no concibo la literatura. La poesía
es un dardo envenenado que hiere con brutalidad, sin contemplaciones,
sacudiéndonos el polvo de la indiferencia. Hay que conmover a la persona que
nos va leer, moverla hacia la risa, hacia la nostalgia, hacia la tristeza, la
rabia o el amor. Hay que zarandear, herir de pasión al lector, como si fuéramos
una marea que deja en su playa palabras con eco. El escritor escribe porque
quiere comprender lo que no entiende. Yo escribo sobre realidades que me han
herido de felicidad o de todo lo contrario, necesito tocarlas, fotografiarlas
de cerca con palabras y contársela a otros. Pero escribimos también para otros,
porque en definitiva no somos más que escritores de cartas, intentando llegar
al lector por el túnel de los sentimientos. Escribimos para componer nuestra
propia música, para que nadie nos dicte el ritmo de nuestra respiración.
Hace ya algunos años, tuve la oportunidad de entrevistar a Guillermo
Cabrera Infante, uno de los mejores escritores de las letras cubanas. En un
momento de aquella conversación, le pregunté cuál sería la novela por la que le
gustaría ser recordado, y él me dijo: “me gustaría que me recordaran por la
música que hay en mis palabras.” Cabrera Infante lo consiguió, compuso la
música de la Cuba después de la Revolución, como García Márquez compuso
Macondo, Cortázar compuso jazz con Rayuela y Pérez Galdós compuso el ambiente
gris del Madrid de cesantes, ministerios, el olor a rancio de las casas de huéspedes
y la miseria que se vivía a finales del XIX en la capital.
Las palabras
adquieren vida propia, componen melodías, partituras que purgan la memoria y el
alma. Nacen con la urgencia de los sentimientos, a la velocidad con que los
dedos arrancan los sonidos de las teclas de un piano. Su música es el reflejo
de una pasión: vivir historias ajenas en una única
existencia.
El escritor es el humilde escribano que trama
mentiras verosímiles con las que pretende contagiar a sus lectores. La realidad
es su paisaje; las palabras, la banda sonora que flota alrededor del universo.
Los escritores somos seres insanos, dementes,
obsesivos, solitarios, exilados en una isla imaginaria, vivimos en compañía de personajes
irreales.
En la anarquía de las horas, encerrados en un
cuarto, marginados del mundo, los fantasmas susurran a nuestro oído melodías mágicas,
bajo ese rumor nos dejamos seducir: música pura. A eso se refería el autor de Tres tristes tigres, algo que yo
descubriría más tarde, cuando me decidí a componer.
Texto leído el 26 de marzo de 2015
en la Casa-museo Pérez Galdós de
las Palmas de Gran Canaria.
martes, 6 de enero de 2015
EDUARDO MARGARETTO SOBRE: "JOHN FANTE, VIDAS Y OBRA. COMO UN SONETO SIN ESTRAMBOTE"
Eduardo Margaretto |
Esta es una biografía escrita con el corazón en la mano. Refleja el amor de un autor madurado bajo el sol italiano de John Fante. Un libro construido a fuego lento. 20 años; casi nada.
―¿Sabes lo mejor de esta biografía,
Eduardo? Que después de leerla y de acercarse a este escritor de tu mano, te
dan ganas de leerlo.. Gracias.
―A este respecto soy yo el que debe
agradecerte a ti el interés que has mostrado por mi libro y ahora por Fante.
Imagínate que alguien, yo en este caso, lleva más de veinte años queriéndole
gritar a todo aquel con el que se cruza que sí existe un escritor muy bueno...
que se llama Fante... que da igual que no hayas oído nunca su nombre... que no
importa que salga o no en la tele... Y ahora que he conseguido escribir este
libro tú y otros me dais las gracias por descubrir a un gran escritor... ¡Todo
maravillosamente fantiano!
P.
¿Cuándo y cómo descubriste en tu vida a
John Fante?
R. Hace muchos años, bastante antes de la irrupción de
Internet, se decía, y yo estoy de acuerdo, que al escritor italoamericano sólo
se llegaba porque te lo aconsejaba un amigo o porque te creías a Bukowski, que
en el libro Mujeres lo citaba como su gran influencia. Yo soy de este último
grupo: me fui a buscar sus libros en cuanto leí
Mujeres, pero la sorpresa fue que nadie sabía nada de él y que sus
libros no existían en ningún catálogo. Un día encontré uno de sus libros (La
cofradía de la uva-Ultramar literaria, 1990) y ya no me separé de Fante. Por
supuesto, o por desgracia, Anagrama todavía no había publicado nada suyo.
P.
¿Cuáles son las características que
definen a Eduardo Margaretto como un "fantiano"?
Sin
duda son muchas: esa italianidad que yo viví de niño en España, porque mi
abuela nació en Nápoles y mi madre en Sicilia. En nuestro país prácticamente
nadie conocía el pesto o la polenta, pero mi casa, cada domingo, se convertía
en un festival de olores italianos y mediterráneos cuando mi abuela, la nonna
a la que he dedicado mi libro, empezaba a cocinar panzerotti, preziosini,
minestrone, raviolis o crostate. Recuerdo con hermosa
nostalgia los enfados de mi padre: “¿Es que no puedo ni comer pasta cuatro
veces a la semana?”. Pura y fantiana italianidad.
Editorial ALREVÉS, 2014.
P.
¿Cómo surgió en ti la necesidad de
escribir este libro?
No
lo sé. Quizás los libros de Fante me contagiaron esos deseos de ser escritor
que tanto le caracterizan. Y que mejor manera que escribir sobre él.
P.
En España, Fante no es tan conocido en
España, mientras que en Francia y por supuesto Italia, es uno de los escritores
más leídos.
Es
una pregunta difícil de contestar que he comentado con muchos colegas, ya sean
escritores, traductores, profesores, periodistas o incluso lectores. Mi idea,
muy sencilla, resulta también deprimente: en nuestro país no existe esa cultura
de la Cultura que en Alemania, Francia, Italia o los países nórdicos está ya
muy arraigada y que no consiste en nada más que en transmitir a los niños (y
por supuesto a los adultos) los beneficios intelectuales y plásticos, pero
también prácticos y sociales, de cualquier disciplina artística. Un ejemplo muy
clarificador es la música: en los países mencionados es asignatura importante
desde los primeros años de escuela, mientras que en España... ¡para qué hablar!
P.
Tu libro es un excelente ejercicio de
documentación, bien estructurado, con un estilo que no hace decaer el interés
por el escritor italoamericano, un libro cercano, claro, directo, sin el tono
dogmático de las biografías. Tiene capítulos que rozan el ensayo, y otras veces
te involucras, cuentas experiencias personales relacionadas con Fante y con tus
raíces italianas… ¿Cómo fuiste enhebrando este libro?
Me
gusta que me hagas esta pregunta porque desde siempre, desde que decidí que
algún día escribiría 'las vidas' de Fante me convencí de que no tenía que ser
una biografía, ni un ensayo, ni una novela, ni un tratado académico... sino
todo eso junto. Te aseguro que me costó muchos años encontrar el modo en que
fundir todos esos planos de escritura, y de lectura, a los que siempre quise
añadir mis experiencias personales relacionadas con Fante, que son muchas y que
en el libro se pueden descubrir. Si lo he conseguido o no, será el lector quien
lo determine.
P.
A propósito, ¿Por qué este título?
Fante
es un tipo, un escritor, que pensaba cada una de las palabras que escribía, y
en los títulos se esmeraba aún más... ¡y si no que se lo pregunten a los
traductores! (Sólo en España, de su libro The Brotherhood of the Grape existen
tres traducciones editadas con títulos diferentes!)
Yo
no quise ser menos y pensé mucho en el título. La primera intención fue tratar
de transmitir, con esa transgresión de la lógica del singular y el plural
('vidas y obra' en lugar de 'vida y obras'), que Fante en su obra no sólo se escribió
a sí mismo, sino a sus otros muchos yoes. Además, el subtítulo, que se me
ocurrió a partir de una frase que leí en uno de sus libros ('garabateados cual
sonetos con estrambote'), trata de referirse a esa poética que envuelve a esos
grandes escritores cuyo reconocimiento llega siempre a deshora, pues nunca
puede existir un soneto sin estrambote, y eso es algo muy triste (el soneto, o
es soneto o es soneto con estrambote!!!).
P.
Pasemos a las entrañas. Me gustaría que me
contaras cómo descubre Fante su vocación.
Aunque
parezca extraño creo que es algo sencillo de explicar y entender. Nacido en una
familia pobre y marcado por ser hijo de emigrantes, es decir distinto, Fante
descubre muy pronto, por supuesto porque posee una sensibilidad también
diferente, que para escapar de la marginalidad, de la miseria, debe encontrar
caminos distintos, alejados de lo que se espera de él, es decir, que continúe
la tradición familiar de convertirse en albañil. Cuando aún es un adolescente
se convence de que debe convertirse en jugador profesional de béisbol para
conseguir dinero, fama y reconocimiento, pero en cuanto en una biblioteca
empieza a leer a los grandes, a Nietzsche, Schopenhauer, Dostoievski, Anderson
o Keats, entre muchos otros, su vida cambia por completo: deja la casa familiar
de Boulder, Colorado, y se marcha a Los Ángeles para convertirse en escritor.
P.
Un hombre con un coraje extraordinario
cuando tiene que enfrentarse a la enfermedad.
Yo
creo que en un principio lo hizo como lo hacemos todos, es decir, tratando de
olvidarla en tu vida diaria, incluso en tu vida nocturna, pero controlando que
no te afecte demasiado. Cuando la grave forma de diabetes que sufrió empieza a
causarle problemas serios, como dolorosas úlceras en los pies, la cosa cambia.
Y entonces, cuando llega la ceguera y la amputación de las dos piernas, se
aferra a su espíritu de escritor y le dicta a su mujer esa maravillosa
despedida de Arturo Bandini: Sueños de Bunker Hill.
P.
Lo explicas muy bien en tu libro, pero
me gustaría que marcases el mapa topográfico de la literatura de Fante.
Puede
resultar interesante, a este respecto, analizar con necesaria brevedad a sus
tres alter egos principales: Jimmy Toscana, Arturo Bandini y Henry Molise. Toscana,
protagonista de sus primeros relatos, publicados en su mayoría en la
prestigiosa revista The American Mercury, es un chaval que se encara, con las
típicas pillerías y travesuras de niño, a una férrea educación católica, a un padre embrutecido por el alcohol y las
deudas y a una vida repleta de grandes restricciones debidas a la pobreza. Pero
muy pronto, Fante crece como escritor y se da cuenta de que no está buscando un
'protagonista', sino un lugar donde asentarse para analizarse a sí mismo, para narrar
su vida y todo lo que le rodea. Es entonces cuando nace Arturo Bandini que, por
supuesto, tiene que ser hijo de una pobre familia de inmigrantes italianos,
desear por encima de todo convertirse en escritor y codearse con los grandes.
Años más tarde nos encontramos con Henry Molise, que por supuesto es también
Fante, pero que por supuesto no podía ser Bandini, porque Molise es el alter
ego que el escritor de Denver se inventa para poner por escrito las
contradicciones de un famoso guionista de Hollywood que odia la profesión que
le ha hecho millonario porque desearía dedicarse sólo a la literatura, que ha
perdido esa rebelde y violenta altanería que caracteriza a Bandini y que ya no
odia sus orígenes italianos, sino que encuentra en ellos, con una nostalgia muy
mediterránea, su razón de ser.
P.
Leyendo la biografía que has escrito lo
que uno deduce rápidamente es que Fante fue un corredor de fondo.
Sí,
siempre me gusta decir que John Fante era escritor desde que se levantaba hasta
que se iba a dormir. Era escritor las 24 horas del día, era su manera de estar
en la vida y en eso no cedía ni un solo milímetro ante nada ni ante nadie. Hoy
día yo echo de menos ese tipo de actitud, la misma que tenía, por ejemplo,
Ortega y Gasset, o Pasolini cuando se responsabiliza de su tarea de intelectual
y escribe el famoso 'Yo sé'. Ahora cualquiera escribe un libro, lo difícil es
'ser escritor', y Fante lo es... da igual si tiene que ganarse un plato de
garbanzos trabajando de albañil o escribiendo guiones en Hollywood, él es
escritor cada minuto de su vida.
P. Años 30. Pertenece a una generación de escritores
brutales como Faulkner, Steinbeck, Fitzgerald, Hemingway, John Dos Passos.
Su imaginario literario
con raíces italianas, ¿crees que fue un hándicap para que no triunfara como los
otros, o fue su dedicación como guionista de cine, más intensa y longeva que el
resto de los escritores que trabajaron en el cine lo que le impidió esa fama?
Es
una cuestión interesante porque, por ejemplo, el año en que Fante publica
Pregúntale al polvo, considerado por muchos su mejor libro, aparecen también
Las uvas de la ira, de Steinbeck, El día de la langosta, de Nathanael West, o
El sueño eterno de Raymond Chandler. Además es la época de apogeo de otros
grandes nombres como Hemingway, Fitzgerald o Huxley. Sin embargo, yo no creo
que eso tenga que ser un handicap. Mi hipótesis, pensando por ejemplo en Las
uvas de la ira, y en la que se ha dado en llamar literatura proletaria, es que
ésta incidía en las desigualdades sociales provocadas por la Gran Depresión
pero siempre desde el punto de vista del burgués progresista americano. Dicho
de otro modo, eran novelas que se acomodaban al pensamiento único de quien
tenía un cierto poder adquisitivo, que no olvidemos que en esa época eran los
pocos que leían y compraban libros. Fante va más allá, Fante destruye la
hipocresía de todos: la de los políticos que no hacen más que cuidar de los
poderosos monopolios, la de los burgueses lectores a quienes acusa de ser
hipócritas bienpensantes e incluso la de las clases más bajas a las que
recrimina con virulencia que sólo deseen ser como los ricos para escapar de la
pobreza y repetir los típicos esquemas represivos. Claro... ¿quién coño quería
en ese momento plantearse esas cuestiones, asumir esas culpas, esas
responsabilidades?
P. ¿Qué sería Fante sin el cine?
Con
tu permiso a esta pregunta responderé de manera muy escueta. Fante sería el
mismo con o sin el cine. Estoy totalmente convencido de que su obra literaria
hubiese sido la misma si para pagar una casa y mantener a su familia se hubiese
tenido que dedicar a talar árboles o a jugar a béisbol.
P. ¿Crees que Fante fue un tipo al que no la acompañó la
suerte?
No
sé, no hay que olvidar que cuando tiene poco más de veinte años empieza a publicar
sus primeros relatos en una de las más prestigiosas revistas literarias de los
Estados Unidos y que eso le proporciona buenas dosis de fama, y que a los
treinta ya le han publicado dos libros de los que aún hoy se pueden leer muy
buenas críticas publicadas en las principales cabeceras de la época... es
cierto, le rechazaron su primera novela que, como otros libros que escribió en
edad adulta, se publicaron póstumos, pero... ¿no forma parte eso de la historia
de la buena literatura? Si yo te contara todo lo que he tenido que hacer para
ver publicado este libro...
P. De todo lo que has descubierto a lo largo de estos 20
años ¿Qué te ha regalado este autor?
Bukowski
dijo: la emoción que desprende ese escritor; el cineasta Edward Dmytryck: nadie
como él sabía dar auténtica vida a sus personajes; el profesor universitario
Richard Collins destaca su maestría en los diálogos; su hijo, Dan Fante,
confesó en un poema que lo más grande que le había dejado su padre era su puro
corazón de escritor... ¿qué puedo decir yo? Me siento a solas cuando anochece,
cojo uno cualquiera de sus libros, lo abro... ¡y me siento bien!
P. Gracias a los testimonios
directos de sus hijos, y de su esposa, se ve que John era intratable. El más
crítico es Dan, el segundo y también escritor, que escribió una novela en la
que cuenta esa relación. Al final Dan con John, reproduce la misma relación de
odio/amor que tenía John Fante con su padre italiano.
Sí,
puede parecer una contradicción, pero sinceramente creo que es un fenómeno muy
latino, o incluso muy del ser humano. Con el tiempo las personas nos vamos
encontrando a nosotras mismas, que en el fondo es encontrarnos con lo que
somos, con nuestros orígenes. La grandeza literaria de Fante es que no rehúye
la cuestión, más bien al contrario, no para de meter el dedo en la llaga, tanto
para analizarse a sí mismo como hijo, para narrar la brutalidad de su padre,
para explicar su fracaso como padre, para ahuyentar los demonios que le invaden
cuando piensa que sus hijos son unos fracasados.... en el fondo, ¿no nos ha
pasado a todos? Pura vida fantiana, gran literatura.
P. Fante no hubiera aguantado los embates de la vida sin su
mujer, Joyce. ¿Estás de acuerdo?
Esta
es una cuestión que siempre levantó algunas ampollas porque algunos 'expertos'
se preguntaron en su época si el hecho de casarse y tener familia numerosa fue
un obstáculo para su carrera. Es una auténtica idiotez. Yo estoy de acuerdo con
Joyce cuando dice que no hay más que pensar que sus libros, y sobre todo los
primeros, Espera a la primavera, Bandini y Pregúntale al polvo, John Fante los
escribe cuando ya se ha casado con Joyce y no cuando vive su vida de vagabundeo
en Los Ángeles. Quizás sería más interesante preguntarse porque Joyce Smart,
una de las primeras mujeres que se licenció en la Universidad de Stanford, dejó
de lado una prometedora carrera como poeta para 'cuidar' la escritura de su
marido.