Todos los totalitarismos roban las palabras. Las prohíben, las
destrozan, las violan con la prepotencia que otorga la maldad. Todos los
totalitarismos inventan un lenguaje propio, uniforman el pensamiento, infectan de odio el habla de los ciudadanos. Como Lenin, Stalin o Mussolini, también
Hitler nacionalizó la "no libertad de expresión".
A cada alemán le
colocó una mordaza, le despojó de su esencia como individuo y se le obligó a levantar
el brazo en honor al "Redentor de Alemania". Se escribieron eslóganes
y se escogieron los símbolos de esta nueva religión: "banderas de sangre",
la cruz virada con las puntas rotas en el brazo de los auténticos alemanes; la
estrella amarilla en el pecho de los judíos.
Los altavoces
gritaban en todas las calles, en todas las esquinas se oía la voz del Führer y de
Goebbels, su ministro de propaganda. Discursos sentimentaloides que hablaban de
la salvación de la patria, de la heroicidad de quienes luchaban por Alemania y
daban su vida por Hitler. Los discursos estaban repletos de palabras
peligrosas: nacionalsocialismo, sistema, Estado, surgimiento, raza aria, judíos…
Jóvenes y ancianos asimilaron de forma natural "todo el rosario nazi".
La tendencia era ensordecer al individuo con el colectivismo. «Pueblo» se emplea tantas veces al hablar y
escribir como la sal en la comida; a todo se le agrega una pizca de
pueblo, escribió Victor Klemperer ( Landsberg 1881-Dresde 1060) en su
obra "LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo" (Ed. Minúscula.
Traducción de Adan Kovacsics).
Para entonces
(agosto de 1933), al catedrático de francés lo habían expulsado de la
Universidad de Dresde por judío, consecuencia de la depuración del
funcionariado. Se le prohibió la entrada a las bibliotecas y la posesión de
libros escritos por autores no judíos.
Victor Klemperer estaba casado con una mujer «aria», la pianista Eva Schlemmer. Entre
1933 y 1945, el matrimonio resistió con dolor y estoicismo la exclusión, los
insultos, la marcha y la desaparición de sus amigos, la enfermedad, la
persecución, la pobreza y la guerra. Ya no soy alemán y ario sino judío,
y tengo que agradecerles que me dejen con vida, confiesa en una página de
sus diarios.
El "judío Klemperer"
(esa era la forma de presentarse ante la Gestapo) continuó escribiendo al
tiempo que trabajaba de peón en una fábrica de plantas medicinales, y lo hizo
mientras huía para salvar la vida. Sus
obras y sus artículos eran rechazados una y otra vez en el país que no quiso
abandonar. La escritura se convirtió en su salvavidas, a pesar del peligro al
que se exponía él, su esposa y la cirujana Annemarie Köhler, quien custodió los textos del escritor y los puso a salvo de la
Gestapo y de la guerra. Escribir le ayudó a situarse por encima de las
circunstancias y observar la realidad con sus herramientas de filólogo.
En la Lingua
Tertii Imperii (LTI) analiza con claridad meridiana cómo las mentiras y la demagogia
de la biblia hitleriana del Tercer Reich, Mi
lucha, y sus apóstoles contaminaron los carteles en los comercios, las
conversaciones cotidianas de la gente, inclusive entre los que eran judíos. Influyó
a la hora de elegir el nombre de los recién nacidos o en el lenguaje grandilocuente
de las necrológicas. La sombra del fanatismo (palabra en aquella época sinónimo
de «apasionamiento») fue alargada. Encontró eco en la
literatura, en los textos apolíticos y por supuesto, en los medios de
comunicación que con tanta eficacia difundieron el mensaje de odio contra la
raza judía, "moral e intelectualmente inferior". La LTI "se apoderó de todos los ámbitos, públicos y privados". Creo que en el futuro,
cuando se pronuncie la palabra «campo de concentración», se pensará en la
Alemania de Hitler, única y exclusivamente en la Alemania de Hitler…
Sus textos lograron ver la luz, continúan
traduciéndose en todo el mundo. A pesar de lo que pensaba el autor, tanto
esfuerzo, tanto dolor personal, sí mereció la pena. Gracias al testimonio de Victor
Klemperer y a muchos como él, las mujeres y los hombres de hoy sabemos que héroes son quienes "realizan actos positivos para la humanidad", y
nadie tiene derecho a robarnos las palabras. Jamás.