lunes, 30 de junio de 2014

JUAN RULFO Y SU PASIÓN POR EL CINE




     En 1956 Juan Rulfo se hallaba trabajando en una historia sobre el mundo de las peleas de gallos. Antes de que fuera publicada un productor cinematográfico, Manuel Barbachano se interesó por ella y quiso hacer una adaptación al cine.  En 1980 alguien de la oficina del productor envió el texto a un editor de ERA y éste decidió editarlo. Rulfo accedió sin demasiado entusiasmo pues lo consideraba un guión de una película ya realizada, y fue por eso que no hizo ningún tipo de correcciones u observaciones durante el proceso de edición. La publicación en marzo de 1980 de EL gallo de oro y otros textos para cine --que incluía dos textos breves,  El despojo , y  La fórmula secreta,  escritas para dos amigos cineastas que querían hacer cortometrajes--  no fue recibida con especial interés por el ambiente literario, ya que se presentó como un trabajo menor, sin carácter literario y escrito para el cine. La crítica por entonces esperaba con interés una nueva novela después del largo silencio de Rulfo tras la publicación de Pedro Páramo.  Sin embargo, según Gonzalez Boixo, autor del primer estudio introductorio del libro, “la novela  El gallo de oro debe ser situada al mismo nivel que El llano en llamas y Pedro Páramo.”



La atracción de Juan Rulfo por la fotografía y el cine fue anterior a la publicación de sus dos obras más importantes. Es conocido que Rulfo era un gran fotógrafo y a ella se dedicó muy en serio durante su vida, sobre todo en los años cuarenta y cincuenta. Su viuda, según el estudio de Weatherford, dijo de él que era “un espectador consumado de cine”, sobre todo en los cuarenta cuando fue “nombrado supervisor de las salas cinematográficas de la ciudad de Guadalajara” lo que le posibilitó poder ver todas las películas que se estrenaban en la capital. Según Douglas J. Weatherford, responsable del segundo estudio incluido en esta obra, “Lo seguro es que Rulfo estaba desarrollando su curiosidad por la fotografía y por el cine en sus años (los cuarenta y los cincuenta) más productivos como escritor, y las dos formas artísticas (la literaria y la visual) parecen haberse influido mutuamente.” Muchos estudiosos coinciden que el escritor concibió Pedro Páramo en términos visuales y que la escribió teniendo en cuenta las técnicas narrativas del cine. Fue la publicación de sus dos primeras obras, a mediados de los cincuenta, lo que hizo que Juan Rulfo se decantara por la literatura y no por desarrollar una carrera cinematográfica, en la que trabajó en casi ocho producciones, ya fuera como asesor, como localizador de exteriores, como fotógrafo de imagen fija, como asesor histórico y en alguna ocasión como actor secundario. 


Carlos Monsiváis (izqda), Abel Quezada (centro), Rulfo (dcha.)

El gallo de oro fue dirigida en 1964 por Roberto Gavaldón y producida por Manuel Barbachano y CLASA Films Mundiales. Se rodó entre los meses de junio y julio en los Estudios Churubusco y en varias localizaciones del estado de Querétero, y se estrenó en diciembre. Gavaldón escribió el guión adaptado con el asesoramiento de Carlos Fuentes y García Márquez, y los tres fueron galardonados con una Diosa de Plata en 1965. “Gabriel Figueroa se encargó de la cinematografía y el reparto incluyó a Ignacio López Tarso como Dionisio Pinzón, Narciso Busquets como Lorenzo Benavides y Lucha Villa, quien ganó una Diosa de Plata a la mejor actriz, en el papel de La Caponera. Además de los premios ya mencionados la cinta también ganaría la Diosa de Plata a la mejor película. Rulfo conocía a los escritores y a muchos de los cineastas que trabajaban en la adaptación pero, a pesar de esta conexión personal con el proyecto, no estuvo satisfecho con los resultados y habló poco en entrevistas sobre la adaptación.” Rulfo nunca estuvo satisfecho con las adaptaciones de sus novelas al cine y acabó por renunciar a que su mundo literario fuera entendido por los cineastas de entonces. Esa opinión fue compartida por los periodistas y críticos de la época. El crítico, José de la Colina publicó un comentario en 1980 con el título: “¿Es Rulfo posible en el cine?”. “Lamentablemente, el autor jalisciense murió en enero de 1986, antes del estreno de una mejor adaptación de El gallo de oro, que bajo el título de El imperio de la fortuna fue realizada por Arturo Ripstein”, afirma Weatherford. 

Publicada en España por RM, 2011


Argumento de la novela
Rulfo regresa a su territorio rural para contarnos la vida de Dionisio Pinzón, quien malvive en San Miguel del Milagro trabajando como vocero del pueblo.  El destino de Dionisio cambiará para siempre cuando al final de una pelea de gallos, el dueño del gallo perdedor le regala a modo de burla el animal medio muerto.  Dionisio consigue resucitar al gallo, sin embargo su alegría temprana se frustra cuando sufre la pérdida de su anciana madre, a la que no podrá enterrar como Dios manda, teniendo que soportar además la mofa de los aldeanos.
“El caso es que murió. Y Dionisio Pinzón tuvo que ajuarear el entierro sin tener ni con qué comprar un cajón para enterrarla.
Tal vez fue entonces cuando odió a San Miguel del Milagro. No sólo porque nadie le tendió la mano, sino porque hasta se burlaron de él. Lo cierto es que la gente se rio de su extraña figura mientras iba por mitad de la calle cargando sobre sus hombros una especie de jaula hecha con los todo, menos el ataúd.”

Dionisio Pinzón rodará desde entonces por las galleras más importantes de la región apostando por su gallo, y la suerte estará de su parte. En su camino se cruzarán dos personas transcendentales: “La Caponera”, una popular cantante de rancheras que ameniza las ferias, y Lorenzo Benavides, un potentado, jugador y gran conocedor de los tejemanejes en las peleas de gallos. Dionisio acabará casándose con “La Caponera” que se ha convertido en su talismán y ambos tendrán una hija.
Un día, en su mansión, durante una controvertida partida de cartas, la muerte que una vez le brindara la suerte al codicioso Pinzón, llegará sin avisar a llevarse lo que siempre fue suyo.

“—En ese cuarto tengo guardado un ataúd –dijo señalando una pequeña puerta de un lado de la sala--. Eso no entró en el juego…Todo, menos el ataúd.”



lunes, 23 de junio de 2014

LA LIBERTAD O LA VIDA, ESA ERA LA CUESTIÓN


               La mayoría de los escritores geniales suelen protagonizar vidas extraordinarias, incluso la muerte se convierte en el último capítulo de su legado literario.




            Una tarde de invierno, en un bosque a las afueras de San Petersburgo, dos hombres se separan diez pasos de distancia y se apuntan con pistolas relucientes. El barón Georges H. d'Anthès disparó primero. La bala atravesó el estómago de su contricante.  Alexsander Pushkin se desplomó sobre la nieve. Los padrinos transportaron al poeta en trineo hasta su casa. Uno de los médicos confirmó que Pushkin no sobreviviría. "Es el final. Me voy. Apenas puedo respirar. Me estoy ahogando",  les dijo el poeta a sus amigos Zhukovski e Ivan Turgéniev. Tras 48 horas de agonía, el 29 de diciembre de 1837, el poeta de Rusia cerraba los ojos para siempre.
            Durante los 6 últimos años de su vida, Alexander Pushkin (1799-1837) atravesó un periodo de una fuerte tensión emocional.  Él quiso ser por encima de todo un poeta libre, y este ansia de rebeldía le granjeó periodos de exilio, muchos enemigos y una incómoda relación con el zar Nicolas I. "¿A quién deberíamos servir al pueblo o al Estado?/ Al poeta no le importa―así que dejemos que esperen". 

            Pequeño, moreno de piel y de pelo ensortijado, muy alejado de los cánones de belleza rusa, Alexander Pushkin nació en Moscú el 6 de junio de 1799. Su padre procedía de una familia noble venida a menos y su exótica madre era descendiente de un esclavo abisinio que pasó de criado de librea a almirante de la flota rusa bajo el zar Pedro I el Grande. El niño y joven Pushkin estuvo desde el principio familiarizado con la literatura, sobre todo con los autores franceses que reposaban en la biblioteca particular de su padre. Su tío paterno, Vasili Pushkin era un poeta bastante conocido en su tiempo. Según la costumbre de la aristocracia, el niño Pushkin tuvo preceptores franceses que le enseñaron la lengua francesa antes que el ruso. Menos mal que su niñera se esmeró para que también aprendiera el folklore y el idioma de su país.
           Tuvo siempre un carácter inquieto, mordaz, orgulloso, y ya de adulto fue un Don Juan sin remedio. Ávido lector y muy viajero, regresó a Rusia influido por las ideas liberales que soplaban en Europa que nada tenían que ver con el sistema absolutista del férreo Nicolás I, quien se regía por un único eslogan: "Ortodoxia. Autocracia. Nación"
            Su matrimonio en 1831 con Natalia Goncharova se recibió con alivio. Por fin l'enfant terrible sentaría la cabeza. Pero su esposa era una tentación irresistible, incluido para el propio zar.  Y por muy Romanov que fuera el rey, Pushkin era un esposo celoso.
            Fundó la revista El contemporáneo pensando que de esta manera podría ganar dinero, independizarse de la corte y apartar a su querida esposa de la mirada lasciva de los nobles.  Sin embargo, la realidad fue decepcionante, sus ingresos eran escasos, y además, el zar, además de ejercer su profesión regia, vigilaba de cerca la pluma de sus escritores, sobre todo la de Pushkin a quien apenas dejaba publicar. El alma del artista pertenecía al gobierno: al suyo.  
            Agobiado por las deudas tuvo que aceptar del rey el humillante cargo de ayudante de cámara, que le obligaba, entre otras cosas, a asistir acompañado de Natalia a los bailes que se organizaban en palacio.  Fu entonces cuando recibió una carta anónima en la que se le informaba que una supuesta Orden de cornudos tenía el honor de nombrarle ayudante y cronista  oficial.  El culpable de su honor mancillado sólo podía tener un nombre: Georges-Charles de Heeckeren d'Anthès, un petimetre que además de ser su cuñado y de pretender a Natalia, ¡era francés! (aún coleaba en la memoria colectiva que un tal Napoleón había querido conquistar Rusia).  
N.N. Pushkin (1831-1832), por A.P. Bryulov

            Y al igual que Pushkin imaginara en la ficción el fatal desenlace del poeta Lenski a manos de Eugene Oneguin por una cuestión de faldas, diez años más tarde, el padre de las letras modernas rusas y un militar francés "prepararon a sangre fría su perdición mutua".
            La noticia de su muerte congregó a una multitud frente a la casa del poeta. El zar ordenó protección policial en el domicilio y ocultó los planes de su funeral, temiendo que se organizara una revuelta. Pushkin fue enterrado con nocturnidad, alevosía y a toda prisa en el monasterio de  Sviatogorsk. 

            No hubo artículos en los diarios,  sólo el periodista y editor, Andrei Kraevsky se atrevió a publicar en el periódico de los veteranos de guerra su necrológica: "¡El Sol de nuestra poesía se ha apagado! Pushkin está muerto. Ha muerto en la flor de la vida, en lo mejor del viaje... ¡Pushkin! Nuestro poeta. La gloria de nuestra Nación. … ¿Será verdad que ya no estará entre nosotros? Aún no podemos hacernos a la idea". 



Anécdota inventada por la que firma
Decía Nabokov que Pushkin era para un ruso algo inevitable, algo así como la tabla de multiplicar.
Precisamente a nuestro joven poeta nunca se le dieron bien las Matemáticas, tampoco puso nunca puso demasiado empeño. En el liceo de San Petersburgo, el colegio pijo para los chicos de palacio, el profesor de ciencias exactas solía sacar al joven Pushkin al encerado, aparentemente para que resolviera algún problema; en el fondo, para practicar con su bolígrafo rojo un guarismo particular. Estas ocasiones resultaban ser un momento divertido para el resto de la clase, en los que Alexander demostraba ser un caradura formidable.  
         - Puede decirme, Sr. Pushkin,  por tanto el resultado, solicitaba el docente. 
         - Cero, señor, como siempre, contestaba Pushkin. 
          El profesor admiraba en secreto la desfachatez de aquel pupilo, aunque su ceño y su voz afirmaran lo contrario. 
         - A su pupitre, jovencito. Y siga componiendo versos, supongo que no tendrá dudas cuando vea su cero en el boletín de notas...



viernes, 20 de junio de 2014

"MI ABUELA, MARTA RIVAS GONZÁLEZ"

El escritor y periodista chileno Rafael Gumucio (Santiago, 1970) presentó en la Casa de América de Madrid su nuevo libro de memorias: Mi abuela, Marta Rivas González (Ediciones UDP).Hija del político y diplomático Manuel Rivas Vicuña, y esposa del senador Rafael Agustín Gumucio, Marta Rivas González, una aristócrata de izquierdas y con una personalidad excéntrica, fue testigo de excepción de la historia de Chile durante casi un siglo. De la mano de su abuela, profesora en la Sorbona, Rafael Gumucio se estrenó en la edad adulta con botas de siete leguas. Tras el golpe de estado de Pinochet, abuela y nieto compartieron la soledad del exilio en París al abrigo de autores determinantes como Proust.Es esta una crónica familiar, escrita desde la risa, la poesía y la rabia, en la que el escritor nos descubre a una abuela que fue amiga de Marguerite Yourcenar, García Márquez o José Donoso, y a quien Cela invitó sin éxito a Mallorca.  En primera persona, Gumucio cuenta cómo fue aquella relación de amor entre nieto y abuela, y el vacío que dejó su muerte.En nuestra conversación, Rafael Gumucio habló también del futuro del periodismo, de su cátedra de Estudios humorísticos en la Universidad Diego Portales y, cómo no, de literatura.

P. Uno de los problemas primeros con los que se enfrenta un escritor es elegir un tema y unos personajes, en este libro lo has tenido fácil, estaba en tu familia…
R. Casi todos mis libros versan sobre mi vida familiar. He tenido la suerte de tener una familia muy divertida, que ha estado muy comprometida con sus circunstancias y con la vida de Chile; que además tiene un cierto gen exhibicionista que le hace contar sus cosas como si ellos esperaran que alguien las contara. He sido yo quien lo ha hecho. Cuando empecé a escribir no pensé nunca que este iba a ser mi tema. No pensé que iba a ser el cronista de mi familia, pero conforme pasan los años, la verdad es que las mejores historias son las que están cerca de mí. He tenido el raro privilegio de contar con el permiso implícito de contarla, y eso es lo que he hecho desde entonces.

P. Gracias a Marta Rivas,  el lector se acerca a la clase social a la que ella perteneció, me refiero a la aristocracia de izquierdas.
R. En Chile ese grupo social se prolongó durante muchos años en la historia. De hecho, casi todo lo que el mundo conoce de Chile nace de esa clase social. Tuvo una enorme importancia. A mí me interesó sobre todo por las contradicciones, porque mi abuela era de izquierdas en cosas que uno no se esperaba, y de derechas en cosas que tampoco esperabas. Ella tenía el ADN de ambos mundos y eso era realmente interesante porque me ahorraba construir un mar de personajes; con ella tenía todo un mundo.

P. Su abuela era una mujer de mentalidad abierta. Hoy la reconoceríamos como una feminista.
R. Genéticamente era feminista. Ella lo era sin quererlo, en un medio donde el feminismo era impensable. Pero, creo que su intento no fue liberarse sino al contrario, amarrarse, encontrar un marido y una familia en la que buscar protección. Con tan mala suerte  de encontrar un marido como mi abuelo, que en el papel representaba el conservadurismo acérrimo, pero que en la vida real se transformó en un hombre de izquierdas y para nada machista. Con el tiempo he llegado a pensar que el hombre conservador que buscaba, no se hubiera casado nunca con ella, sólo mi abuelo pudo hacerlo.
P.¿Y eso?
R. Porque ella era de las que decían a voz en cuello lo que opinaba, que era más inteligente y más culta que cualquier hombre, no estaba preparada para el matrimonio tradicional latinoamericano. Yo quise ir más allá de lo que era visible. A ella le importaban las convenciones pero nunca pudo amoldarse a ellas. En su vida tampoco tuvo ocasión de protagonizar ningún acto de rebeldía. Quiso siempre trabajar, pero no lo hubiera hecho si mi abuelo no se hubiera arruinado. No fue un acto de rebeldía o una Casa de muñecas, sino pura supervivencia.



P. Dos exilios marcaron su vida.
R. Ella vivió en total 22 años de su vida fuera de Chile, la mayoría de su infancia y adolescencia. En su primer exilio vivió dos años en Suiza porque su padre fue nombrado presidente de la Liga de las Naciones. Pero era un fuera de Chile pensando en Chile, hablando de Chile, preocupada por Chile y entre chilenos. Ella tenía un empeño en lo chileno aunque nunca se sintió cómoda en Chile.

P. Pero Marta Rivas quería morir en Chile a toda costa.
R. Deseaba morir en Chile porque no que quería que Pinochet le ganara la batalla. Decía que quería volver por el clima. Yo no creo que fuera por eso, el clima de Chile es muy malo. Seguramente era por la luz. Hay una luz en Santiago que no tiene París y que a ella le era necesario; luego estaban los afectos. Vivir en el exilio exige vivir permanentemente en un logro, no te deja vivir en la inconsciencia. Pero para nosotros, que volviera a Chile nos parecía algo ilógico porque ella era feliz en París, había conseguido una buena vida. Era muy divertido porque los rusos blancos pensaban que mi abuela era una rusa y la llamaban: Olga, Sonia…

Vivió un tiempo en el mismo hotel que el príncipe Yusipov, que fue quien envenenó a Rasputín. Yusipov, que era buen mozo y muy homosexual, tenía un novio chileno: Cuevas, Cuevitas. Un personaje divertidísimo que se fue de Chile, se convirtió en un mecenas del ballet y se casó con Margaret Rockefeller, nieta del millonario. Yusipov era su amante. Terminó siendo rico e importante, pero en Chile le siguieron llamando Cuevitas, aunque en ese momento ya era el Marqués de Cuevas.
También vivió en el mismo barrio que Marguerite Yourcenar. Ella le tenía ganas a mi abuela, le regalaba huevos pintados de Pascua. Eras amigas, pero a mi abuela que era conservadora en el fondo, le asustaba que fuera tan abiertamente lesbiana.
Mi abuela amaba la literatura y quería a los escritores pero no le gustaba el esnobismo. En cuanto un escritor famoso le hacía demasiado caso, ella se distanciaba. Le pasó con Camilo José Cela. En sus clases ella hablaba de La familia Pascual Duarte. Cela supo que una profesora de la Sorbona hablaba de su obra y la invitó a Mallorca. Mi abuela le dijo que no porque no quería ser una esnob. Me parece que hizo una tontería, quizás Cela hubiera escrito este libro y me hubiera ahorrado a mí el tiempo…

P. Ella tenía sus más y sus menos con los escritores…   
R. Normalmente los escritores son siempre arribistas, y eso era algo que mi abuela no olvidaba. Yo siempre le decía que si hubiera conocido a Proust hubieran sido amigos claro, porque tenían mucho en común, pero hubiera sido una amistad a la que mi abuela le hubiese puesto coto. Mi abuela hubiera suscrito la carta que le escribió Gide a Proust rechazando su manuscrito, donde le decía que un escritor joven no puede ser bueno si vive obsesionado con princesas y duques. Gide se arrepentiría después toda su vida, como se hubiera arrepentido mi abuela.
Entabló amistad con García Márquez, pero él se fue alejando y ella no hizo ningún esfuerzo de acercamiento. Lo mismo le ocurrió con Isabel Allende. En el fondo era una especie de timidez que la paralizaba.  De su relación con José Donoso hablo mucho en el libro, y lo pongo como ejemplo. Se conocieron cuando ambos eran muy jóvenes. Eran dos personas con gustos, fobias y aficiones en común realmente asombrosas. Lo que les distanció fue que Donoso era escritor, y tenía demasiadas ganas de ser su amigo… Y mi abuela pensó: si este tiene tantas ganas es porque está mal…


Rafael Gumucio en Casa de América. 10/06/2014.
P.Digamos que tampoco te animó a ser escritor.
R. Sí y no. Me acercó a la lectura de escritores que para mí han sido fundamentales: Proust, Chéjov, Tólstoi, Shakespeare, también Ibsen, que  leí también por ella, pero que no fue tan importante. No sólo me alentó en la lectura, sino que fomentó en mí la idea de que yo era escritor, que debía dedicarme a la literatura. Pero cuando vio que esto se hacía realidad, entonces mantuvo una posición ambivalente.

P. ¿Crees que sin la influencia de tu abuela, hubieras sido escritor de todas maneras?
R. Yo quería ser escritor antes de conocerla, pero quizás me hubiera dedicado a escribir cómics. Yo tengo primos que no tenían ningún interés por la literatura y que mi abuela adoraba. Nunca se le ocurrió fomentarle esa afición, fue algo que yo pedí y que se transformó en el eje de nuestra relación. Fui el único de sus descendientes que heredó sus tomos de Proust, un escritor fundamental en su desarrollo como persona. Pero al mismo tiempo me recordaba que yo nunca sería como Proust.

P. La relación entre ustedes dos se forjó en París. Ella necesitaba un hijo y usted un padre. ¿Cómo fue aquel exilio para ti?
R. Yo buscaba a alguien que hubiese vivido esa cosa inaudita y extraña que estábamos viviendo que era el exilio. Mi abuela era la única persona de las que me rodeaba para quien el exilio no era una novedad. Ella fue una guía.
Fue un tiempo doloroso porque en mi caso se cruzó con la separación de mis padres, la destrucción de un cierto equilibrio familiar que me influyó tanto o más que el exilio físico. Evidentemente las dos cosas juntas fue como una bomba. Yo era una persona hipersensible, que en mi caso vino acompañado de hechos externos. Ahora puedo ir al psicólogo y tener una justificación… (Ríe).  

P.¿Era París entonces una ciudad dura para un extranjero?
R. Muy dura, fría y solitaria. París no le ahorra dificultades a nadie. También hay un dato que está feo decirlo, pero nosotros nos desclasamos en París. Fuimos a vivir a una ciudad europea, importante, pero para mi familia fue una pérdida. En Chile contábamos con una red de apoyo en la que sentíamos que pasara lo que pasara no te iba a ocurrir nunca nada. Esto lo rompió primero Pinochet y luego el exilio confirmó esa sensación de que no estábamos seguros en ninguna parte.

P. Los escritores chilenos de distintas generaciones, como Alberto Fuguet, Alejandro Zambra o tú mismo, llevan la dictadura en el ADN de su escritura.
R. En los nombres que has citado cada uno lo vivió de un modo distinto: Alberto Fuguet vivió la dictadura hasta los 20-23 años. Yo la viví hasta los 18,  y Zambra hasta los 14. Pero hay un periodo del que se va a hablar con toda seguridad en la novela chilena. Yo mismo estoy escribiendo sobre la época de la transición: del 88 al 98, donde Pinochet ya estaba preso en Londres, pero su sombra era alargada.
La dictadura es un tiempo donde los países se reencuentran con sus peores y sus mejores demonios. Allende era algo que nosotros no hubiéramos querido ser, pero nunca fuimos. Pinochet fue alguien que nunca quisimos ser pero fuimos. Un dictador se parece a lo peor de su país.

P. En estas memorias hay dos voces: la voz de Marta Rivas y la tuya. Tú planteas cosas que quizás no te hubieras atrevido a decirle.
R. Estuvo demente muchos años antes de morir. Yo me había resignado a la idea de que ya no me hacía falta, que no la necesitaba. Cuando se fue, empecé a necesitarla, ajustar cuentas con ella, y sobre todo preguntarle muchas cosas sobre cómo vivir. Yo la conocí de vieja y yo aún era un niño. Nunca supe cómo vivió de los 35 hasta los 60 años, que es el tiempo en la que uno tiene hijos, casa, perro, donde se vive de una manera rutinaria. Cuando empecé a vivir ese tiempo, fue cuando comencé a hacerle esas preguntas: cómo nosotros, que éramos tan distintos por herencia histórica, que no estábamos hechos para una vida burguesa y banal podíamos construir la vida. Me hubiese sido muy útil, pero ya no estaba. De alguna manera tuve que inventarla para que me respondiera a todas estas cuestiones.  

P. ¿Crees que a Marta Rivas le hubiera gustado el libro?
R. Hay un poeta chileno muy bueno, Armando Uribe, que fue muy amigo de mi abuela, y a quien yo le di a leer el manuscrito.  Él me dijo: tu abuela hubiera odiado tu libro y a la vez hubiera sentido mucho orgullo. Habría detestado que hubieras sido capaz de escribirlo y habría adorado que lo hubieras hecho. No sé si se entiende la contradicción.

P. ¿Ha sido una manera de enterrarla?
R. Sí. Entre su muerte y la novela escribí una obra de teatro que estaba basada en ella y que protagonizó una actriz que se le parece mucho, Delfina Guzmán. Con esa obra pensé que de alguna manera había logrado resucitarla, pero cuando se publicó este libro, mi abuela ya no estaba.


Rafael Gumucio en Madrid (12/06/2014)

P. Colaboras con diversos periódicos. En tu caso, ¿trazas una línea entre el escritor y el periodista?

R. Yo nunca he pretendido ser periodista. Escribo como un escritor que se amolda al formato y a las necesidades editoriales del diario. Mis columnas son de opinión, cultura, literatura, política y sociedad; también hago entrevistas.

P. ¿Cómo ves el oficio de periodista en el mundo actual?
R. Hay una inflación del periodismo, lo mismo que pasa con la democracia porque ambos están relacionados. El poder opinar desde tu móvil parece democrático pero no es democracia. La democracia también supone someterse a un orden. El periodismo es el derecho a opinar de una sociedad a través de un periódico, pero no es lo mismo a que todos los ciudadanos griten al mismo tiempo.
El periodismo y la literatura sobrevivirán, pero creo que acabará con los profesionales que tienen este oficio como forma de subsistencia. 
Se perderá parte de la historia, la diversidad de voces, se convertirá en un periodismo previsible donde lo más importante serán las firmas.

P. Háblame de tu faceta como director de Estudios humorísticos en la Universidad Diego Portales. 
R. Es un curso complementario en la Escuela de Periodismo en la universidad, donde enseñamos maneras de hacer humor aplicado en su trabajo. Organizamos también actividades donde explicamos el tipo de humor que se hace en Chile.

P.Viviste en Madrid, después en Barcelona. El atractivo de España para los escritores hispanoamericanos se prolongó más allá del Boom.
R. Cuando vine, el centro de la cultura en castellano era España, ya no lo es. Vinimos a España y fue una época gloriosa. Lamento mucho que después, con la crisis, los destinos se hayan alejado tanto. Un chileno conoce a muy pocos escritores españoles, y un español le pasa lo mismo con los escritores chilenos, y es una pena.


"Non verbum pro verbo necesse habui reddere; sed genus omnium verborum vinque servavi."

miércoles, 11 de junio de 2014

28 DE DICIEMBRE DE 1925


  
          Una habitación en el hotel Inglaterra fue tu última parada. Querías morir o escribir versos. ¿Acaso en ti no era lo mismo? Tres días anestesiado de alcohol. No habías cambiado. El mismo borracho de siempre. Todos te conocían; nada que objetar. ¿Qué podrían haber hecho por ti, Sergei?  Ni tú lo sabías.
          Eras el poeta Esenin, el que cantaba a la vaca en vez de a la locomotora. Te habías quedado atrás. Eras un mujik que había perdido el norte. Eras el payaso de la corte. Ellos escribían odas al socialismo, a la ciudad, a la máquina. Tú hablabas de la tierra, la campiña y el centeno. Eras tan joven… Con aquella camisa bordada y botas de campesino, haciendo rimas de pueblo. El progreso es una rueda que aplasta cabezas. Y tú siempre quedándote atrás, con esa cara de querubín de iglesia.
           Llegaste a Leningrado con la idea de convertirte en un poeta famoso. Amaste a hombres y a mujeres. Para entrar en la torre de marfil pagaste tu cuota de esnob. Lo hiciste agarrando por la cintura a una mujer que tenía nombre egipcio. Isadora Duncan tenía pies de mariposa. Con ella viajaste al país del sueño americano. Una quimera que pronto se rompió en mil pedazos. Todo acaba por quebrarse; hace falta un poco de paciencia.
          A los treinta años, la locura fue tu última compañera. Demasiada lucidez en medio de tanta penumbra. Los locos estaban afuera. Llevaban pantalones de nubes y ensuciaban las calles de consignas. ¡Viva el pueblo!, gritaban. ¡Menudos imbéciles!, callaban.
          Huiste de aquel hedor; con tus mierdas ya tenías de sobra.  Estás ahora en ese cuartucho de un hotel de Leningrado.  Extraviada para siempre la mano de tu Beatrice, te negaste la entrada al paraíso de Shagané, dulce ShaganéPero, ¿cómo fue? Las mayores verdades siempre permanecen ocultas.  
          Dijeron que te fijaste en el azul de las venas. Tus ojos de beodo impenitente vieron frente a ti ríos de tinta. Empapar la pluma y escribir el poema perfecto.  Invocaste así a la muerte lujuriosa. Ella no tuvo más que cortar una sombra de piel. Tu última carta al destinatario desconocido. La letra con sangre fluye. Los últimos versos corren por tu mano:
          No hay nada nuevo en morir ahora
          Vivir tampoco es una novedad.

          Después la soga. Tus pies meciendo el aire.