El
escritor y periodista chileno Rafael Gumucio (Santiago, 1970) presentó
en la Casa de América de Madrid su nuevo libro de memorias: Mi abuela, Marta Rivas González (Ediciones
UDP).Hija
del político y diplomático Manuel Rivas Vicuña, y esposa del senador Rafael
Agustín Gumucio, Marta Rivas González, una aristócrata de izquierdas y con una
personalidad excéntrica, fue testigo de excepción de la historia de Chile
durante casi un siglo. De la mano de su abuela, profesora en la Sorbona, Rafael
Gumucio se estrenó en la edad adulta con botas de siete leguas. Tras el golpe
de estado de Pinochet, abuela y nieto compartieron la soledad del exilio en
París al abrigo de autores determinantes como Proust.Es
esta una crónica familiar, escrita desde la risa, la poesía y la rabia, en la que el escritor nos descubre a una abuela que fue amiga de Marguerite Yourcenar, García
Márquez o José Donoso, y a quien Cela invitó sin éxito a Mallorca. En primera persona, Gumucio cuenta cómo fue
aquella relación de amor entre nieto y abuela, y el vacío que dejó su muerte.En
nuestra conversación, Rafael Gumucio habló también del futuro del periodismo,
de su cátedra de Estudios humorísticos en la Universidad Diego Portales y, cómo
no, de literatura.
P. Uno
de los problemas primeros con los que se enfrenta un escritor es elegir un tema
y unos personajes, en este libro lo has tenido fácil, estaba en tu familia…
R.
Casi
todos mis libros versan sobre mi vida familiar. He tenido la suerte de tener
una familia muy divertida, que ha estado muy comprometida con sus circunstancias
y con la vida de Chile; que además tiene un cierto gen exhibicionista que le
hace contar sus cosas como si ellos esperaran que alguien las contara. He sido
yo quien lo ha hecho. Cuando empecé a escribir no pensé nunca que este iba a
ser mi tema. No pensé que iba a ser el cronista de mi familia, pero conforme
pasan los años, la verdad es que las mejores historias son las que están cerca
de mí. He tenido el raro privilegio de contar con el permiso implícito de
contarla, y eso es lo que he hecho desde entonces.
P. Gracias a Marta Rivas, el lector se acerca a la clase social a la que ella perteneció, me refiero a la aristocracia de izquierdas.
R. En Chile ese grupo social se prolongó durante
muchos años en la historia. De hecho, casi todo lo que el mundo conoce de Chile
nace de esa clase social. Tuvo una enorme importancia. A mí me interesó sobre
todo por las contradicciones, porque mi abuela era de izquierdas en cosas que
uno no se esperaba, y de derechas en cosas que tampoco esperabas. Ella tenía el
ADN de ambos mundos y eso era realmente interesante porque me ahorraba
construir un mar de personajes; con ella tenía todo un mundo.
P. Su abuela era una mujer de mentalidad abierta. Hoy la reconoceríamos como una feminista.
R. Genéticamente era feminista. Ella lo era sin quererlo, en un
medio donde el feminismo era impensable. Pero, creo que su intento no fue
liberarse sino al contrario, amarrarse, encontrar un marido y una familia en la
que buscar protección. Con tan mala suerte
de encontrar un marido como mi abuelo, que en el papel representaba el
conservadurismo acérrimo, pero que en la vida real se transformó en un hombre
de izquierdas y para nada machista. Con el tiempo he llegado a pensar que el
hombre conservador que buscaba, no se hubiera casado nunca con ella, sólo mi
abuelo pudo hacerlo.
P.¿Y eso?
R. Porque ella era de las que decían a voz en cuello
lo que opinaba, que era más inteligente y más culta que cualquier hombre, no
estaba preparada para el matrimonio tradicional latinoamericano. Yo quise ir
más allá de lo que era visible. A ella le importaban las convenciones pero
nunca pudo amoldarse a ellas. En su vida tampoco tuvo ocasión de protagonizar
ningún acto de rebeldía. Quiso siempre trabajar, pero no lo hubiera hecho si mi
abuelo no se hubiera arruinado. No fue un acto de rebeldía o una Casa de
muñecas, sino pura supervivencia.
P. Dos exilios marcaron su vida.
R. Ella vivió en total 22 años de su vida fuera de Chile,
la mayoría de su infancia y adolescencia. En su primer exilio vivió dos años en
Suiza porque su padre fue nombrado presidente de la Liga de las Naciones. Pero
era un fuera de Chile pensando en Chile, hablando de Chile, preocupada por
Chile y entre chilenos. Ella tenía un empeño en lo chileno aunque nunca se
sintió cómoda en Chile.
P. Pero Marta Rivas quería morir en Chile a toda costa.
R. Deseaba morir en Chile porque no que quería que
Pinochet le ganara la batalla. Decía que quería volver por el clima. Yo no creo
que fuera por eso, el clima de Chile es muy malo. Seguramente era por la luz.
Hay una luz en Santiago que no tiene París y que a ella le era necesario; luego
estaban los afectos. Vivir en el exilio exige vivir permanentemente en un
logro, no te deja vivir en la inconsciencia. Pero para nosotros, que volviera a
Chile nos parecía algo ilógico porque ella era feliz en París, había conseguido
una buena vida. Era muy divertido porque los rusos blancos pensaban que mi
abuela era una rusa y la llamaban: Olga, Sonia…
Vivió un tiempo en el mismo hotel que el príncipe
Yusipov, que fue quien envenenó a Rasputín. Yusipov, que era buen mozo y muy
homosexual, tenía un novio chileno: Cuevas, Cuevitas. Un personaje divertidísimo
que se fue de Chile, se convirtió en un mecenas del ballet y se casó con
Margaret Rockefeller, nieta del millonario. Yusipov era su amante. Terminó
siendo rico e importante, pero en Chile le siguieron llamando Cuevitas, aunque
en ese momento ya era el Marqués de Cuevas.
También vivió en el mismo barrio que Marguerite
Yourcenar. Ella le tenía ganas a mi abuela, le regalaba huevos pintados de
Pascua. Eras amigas, pero a mi abuela que era conservadora en el fondo, le
asustaba que fuera tan abiertamente lesbiana.
Mi abuela amaba la literatura y quería a los
escritores pero no le gustaba el esnobismo. En cuanto un escritor famoso le
hacía demasiado caso, ella se distanciaba. Le pasó con Camilo José Cela. En sus
clases ella hablaba de La familia Pascual
Duarte. Cela supo que una profesora de la Sorbona hablaba de su obra y
la invitó a Mallorca. Mi abuela le dijo que no porque no quería ser una esnob.
Me parece que hizo una tontería, quizás Cela hubiera escrito este libro y me
hubiera ahorrado a mí el tiempo…
P. Ella tenía sus más y sus menos con los
escritores…
R. Normalmente los escritores son siempre
arribistas, y eso era algo que mi abuela no olvidaba. Yo siempre le decía que
si hubiera conocido a Proust hubieran sido amigos claro, porque tenían mucho en
común, pero hubiera sido una amistad a la que mi abuela le hubiese puesto coto.
Mi abuela hubiera suscrito la carta que le escribió Gide a Proust rechazando su
manuscrito, donde le decía que un escritor joven no puede ser bueno si vive
obsesionado con princesas y duques. Gide se arrepentiría después toda su vida,
como se hubiera arrepentido mi abuela.
Entabló amistad con García Márquez, pero él se fue
alejando y ella no hizo ningún esfuerzo de acercamiento. Lo mismo le ocurrió
con Isabel Allende. En el fondo era una especie de timidez que la paralizaba. De su relación con José Donoso hablo mucho en
el libro, y lo pongo como ejemplo. Se conocieron cuando ambos eran muy jóvenes.
Eran dos personas con gustos, fobias y aficiones en común realmente asombrosas.
Lo que les distanció fue que Donoso era escritor, y tenía demasiadas ganas de ser
su amigo… Y mi abuela pensó: si este tiene tantas ganas es porque está mal…
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Rafael Gumucio en Casa de América. 10/06/2014. |
P.Digamos que tampoco te animó a ser escritor.
R. Sí y no. Me acercó a la lectura de escritores que
para mí han sido fundamentales: Proust, Chéjov, Tólstoi, Shakespeare, también
Ibsen, que leí también por ella, pero
que no fue tan importante. No sólo me alentó en la lectura, sino que fomentó en
mí la idea de que yo era escritor, que debía dedicarme a la literatura. Pero cuando
vio que esto se hacía realidad, entonces mantuvo una posición ambivalente.
P. ¿Crees que sin la influencia de tu abuela, hubieras sido escritor de todas
maneras?
R. Yo quería ser escritor antes de conocerla, pero
quizás me hubiera dedicado a escribir cómics. Yo tengo primos que no tenían
ningún interés por la literatura y que mi abuela adoraba. Nunca se le ocurrió
fomentarle esa afición, fue algo que yo pedí y que se transformó en el eje de
nuestra relación. Fui el único de sus
descendientes que heredó sus tomos de Proust, un escritor fundamental en su
desarrollo como persona. Pero al mismo tiempo me recordaba que yo nunca sería como
Proust.
P. La relación entre ustedes dos se forjó en París. Ella necesitaba un hijo y
usted un padre. ¿Cómo fue aquel exilio para ti?
R. Yo buscaba a alguien que hubiese vivido esa cosa
inaudita y extraña que estábamos viviendo que era el exilio. Mi abuela era la
única persona de las que me rodeaba para quien el exilio no era una novedad. Ella
fue una guía.
Fue un tiempo doloroso porque en mi caso se cruzó con
la separación de mis padres, la destrucción de un cierto equilibrio familiar
que me influyó tanto o más que el exilio físico. Evidentemente las dos cosas
juntas fue como una bomba. Yo era una persona hipersensible, que en mi caso
vino acompañado de hechos externos. Ahora puedo ir al psicólogo y tener una
justificación… (Ríe).
P.¿Era París entonces una ciudad dura para un extranjero?
R. Muy dura, fría y solitaria. París no le ahorra
dificultades a nadie. También hay un dato que está feo decirlo, pero nosotros
nos desclasamos en París. Fuimos a vivir a una ciudad europea, importante, pero
para mi familia fue una pérdida. En Chile contábamos con una red de apoyo en la
que sentíamos que pasara lo que pasara no te iba a ocurrir nunca nada. Esto lo
rompió primero Pinochet y luego el exilio confirmó esa sensación de que no
estábamos seguros en ninguna parte.
P. Los escritores chilenos de distintas generaciones, como Alberto Fuguet,
Alejandro Zambra o tú mismo, llevan la dictadura en el ADN de su escritura.
R. En los nombres que has citado cada uno lo vivió
de un modo distinto: Alberto Fuguet vivió la dictadura hasta los 20-23 años. Yo
la viví hasta los 18, y Zambra hasta los
14. Pero hay un periodo del que se va a hablar con toda seguridad en la novela
chilena. Yo mismo estoy escribiendo
sobre la época de la transición: del 88 al 98, donde Pinochet ya estaba preso
en Londres, pero su sombra era alargada.
La dictadura es un tiempo donde los países se
reencuentran con sus peores y sus mejores demonios. Allende era algo que
nosotros no hubiéramos querido ser, pero nunca fuimos. Pinochet fue alguien que
nunca quisimos ser pero fuimos. Un dictador se parece a lo peor de su país.
P. En estas memorias hay dos voces: la voz de Marta Rivas y la tuya. Tú planteas cosas
que quizás no te hubieras atrevido a decirle.
R. Estuvo demente muchos años antes de morir. Yo me
había resignado a la idea de que ya no me hacía falta, que no la necesitaba. Cuando
se fue, empecé a necesitarla, ajustar cuentas con ella, y sobre todo
preguntarle muchas cosas sobre cómo vivir. Yo la conocí de vieja y yo aún era un
niño. Nunca supe cómo vivió de los 35 hasta los 60 años, que es el tiempo en la
que uno tiene hijos, casa, perro, donde se vive de una manera rutinaria. Cuando
empecé a vivir ese tiempo, fue cuando comencé a hacerle esas preguntas: cómo
nosotros, que éramos tan distintos por herencia histórica, que no estábamos
hechos para una vida burguesa y banal podíamos construir la vida. Me hubiese
sido muy útil, pero ya no estaba. De alguna manera tuve que inventarla para que
me respondiera a todas estas cuestiones.
P. ¿Crees que a Marta Rivas le hubiera gustado el libro?
R. Hay un poeta chileno muy bueno, Armando Uribe,
que fue muy amigo de mi abuela, y a quien yo le di a leer el manuscrito. Él me dijo: tu abuela hubiera odiado tu libro
y a la vez hubiera sentido mucho orgullo. Habría detestado que hubieras sido
capaz de escribirlo y habría adorado que lo hubieras hecho. No sé si se entiende
la contradicción.
P. ¿Ha sido una manera de enterrarla?
R. Sí. Entre
su muerte y la novela escribí una obra de teatro que estaba basada en ella y
que protagonizó una actriz que se le parece mucho, Delfina Guzmán. Con esa obra
pensé que de alguna manera había logrado resucitarla, pero cuando se publicó
este libro, mi abuela ya no estaba.
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Rafael Gumucio en Madrid (12/06/2014) |
P. Colaboras con diversos periódicos. En tu
caso, ¿trazas una línea entre el escritor y el periodista?
R. Yo nunca he pretendido ser periodista. Escribo
como un escritor que se amolda al formato y a las necesidades editoriales del diario. Mis columnas son de opinión, cultura, literatura,
política y sociedad; también hago entrevistas.
P.
¿Cómo ves el oficio de periodista en el mundo actual?
R. Hay una
inflación del periodismo, lo mismo que pasa con la democracia porque ambos
están relacionados. El poder opinar desde tu móvil parece democrático pero no
es democracia. La democracia también supone someterse a un orden. El periodismo
es el derecho a opinar de una sociedad a través de un periódico, pero no es lo
mismo a que todos los ciudadanos griten al mismo tiempo.
El periodismo y la literatura sobrevivirán, pero creo que acabará con los profesionales que tienen este oficio como forma de
subsistencia.
Se perderá parte de la historia, la diversidad de voces, se
convertirá en un periodismo previsible donde lo más importante serán las
firmas.
P. Háblame de tu faceta como director de Estudios humorísticos en la Universidad
Diego Portales.
R. Es un curso complementario en la Escuela de Periodismo
en la universidad, donde enseñamos maneras de hacer humor aplicado en su
trabajo. Organizamos también actividades donde explicamos el tipo de humor que
se hace en Chile.
P.Viviste en Madrid, después en Barcelona. El atractivo de España para los
escritores hispanoamericanos se prolongó más allá del Boom.
R. Cuando vine, el centro de la cultura en
castellano era España, ya no lo es. Vinimos a España y fue una época gloriosa. Lamento
mucho que después, con la crisis, los destinos se hayan alejado tanto. Un
chileno conoce a muy pocos escritores españoles, y un español le pasa lo mismo
con los escritores chilenos, y es una pena.
"Non verbum pro verbo necesse habui reddere; sed genus omnium verborum vinque servavi."